FRONTERIZOS
Veinte por ciento
POBRES. Con este sencillo pero contundente término titulé hace mil años un reportaje de portada en un medio de comunicación comarcal y me gané una de mis primeras grandes broncas en la profesión. «La pobreza no vende», me advirtió el editor. Uno era más joven y menos pragmático: el titular salió como yo quería y aquel número no vendió ni un solo ejemplar más de los previstos. Además de la lección, recuerdo el dato central del reportaje: el veinte por ciento de la pobl ación de Ponferrada, en aquel Paleolítico inferior, estaba por debajo del umbral de la pobreza, es decir, vivía con menos de la mitad de la renta media disponible, que es una forma científica de decir que las pasaban canutas no para llegar a fin de mes sino para empezarlo. De esto han pasado, ya digo, millones de años, y el país ha vivido, nos dicen, un tiempo de prosperidad único en su larga y atrabiliaria historia. Tanto que uno suponía que los márgenes de distribución de la riqueza se habrían ensanchado lo suficiente como para reducir aquel vergonzoso porcentaje de pobres. Pero, vaya usted a saber por qué extraños mecanismos del bonito sistema económico en el que vivimos, resulta que ese porcentaje no ha variado ni una décima. Uno de cada cinco españoles, casi nueve millones, sigue viviendo con las mismas estrecheces de antaño, una media superior a la de la UE. Se detecta además un aumento del número de jóvenes a los que afecta esta situación, que tiene mayor incidencia entre el colectivo femenino y permanece invariable entre los mayores de 65 años. Recuerdo entonces la advertencia de mi editor y concluyo que no es que la pobreza no venda sino que ha dejado de existir oficialmente, escondida en ese 20% que un analista puntilloso definiría como estructural para que no moleste a la conciencia estadística..