Leporicidio

ANTES, había menos muertes. Algún magnicidio, como el de Julio César, en el foro de Roma, acuchillado por Bruto; el infanticidio que dicen que practicaban las mujeres troyanas, arrojando al abismo a sus hijos enclenques; o el fratricidio, mediante quijada de burro, de Abel a manos de Caín... Los tiempos actuales han traído episodios de mayor mortandad, para empezar en la especie humana, asolada por la maldad y el odio. Hay genocidios en marcha, como los del Congo o Sudán, en olvidadas guerras sin piedad, y otros del siglo pasado, como el rojicidio causado por Franco a los republicanos en la guerra civil española, del que aún ni se ha podido exhumar un montón de fosas de paseados. También suenan, el iraquicidio emprendido por Bush y otros malotes de las Azores, entre ellos un recio bigotes hispano, más chulo que el toro de Osborne, o el patericidio, ruleta rusa a la que juegan miles de negros del África tropical que se embarcan en inestables cayucos camino de la presunta prosperidad de las Canarias o las costas al norte del Mar de Alborán. En Castilla y León asistimos este año al leporicidio, la extinción de la liebre ibérica en el terrazgo de secano sometido a un insensato espolvoreo de gránulos de clorofacinona, como tratamiento contra los topillos campesinos. Galgueros y cazadores de escopeta están que trinan y un botón de muestra es que cotos , como los del ámbito entre Valderas y Joarilla de las Matas, en los que en la temporada pasada una salida cinegética se saldaba con cuatro rabonas por participante, este otoño ni las huelen, no levantan ni un mísero matacán, la vieja liebre membruda, correosa y rojiza que sabe latín por haber sido encorrida por múltiples canes desaforados. El buenazo de Pedro Vizcay, político él, escribe que igual han podido intervenir en el desastre lebrero la tularemia o los furtivos, además del veneno, pero la enfermedad, potente el año pasado, y los ilegales, similar minoría de tunantes, no son los causantes.