CRÉMER CONTRA CRÉMER
Incidentes españoles
YO NO DIRÉ que España está en guerra, porque tampoco es para tanto ni para cuanto, pero tampoco se puede afirmar que la Península Ibérica vive en paz que hasta los funcionarios están llamados a ser congelados. Repasar las páginas de los periódicos es saltar de un suceso a un asalto o a un abordaje, cuando en cualquiera de los pacíficos enclaves del país, que fueron siempre centro de atracción para turistas y viajeros salariales, encuentran acogimiento, alimentación y un techo apto para defenderse de las inclemencias de huracanes, tifones y lluvias mil. No diré nunca que la culpa de tales o cuales choques sangrientos se producen por culpa de esta o la otra forma de entender la convivencia, la historia y la gramática. Lo que ya no cabe ni duda ni discusión es que en España no pasa un día sin un choque entre gentes de distinta etnia y de reacción distinta, con el resultado de muertes alevosas, heridas y fugitivos. De lo que se puede deducir que la Hispania feliz se está convirtiendo en un campo de riesgos múltiples y de concentraciones de gentes de genio vivo para producir muertos. Durante varios días, con sus respectivas noches, se han producido en un luminoso poblado de Andalucía una de las más bárbaras demostraciones de furor: En Roquetas de Mar, de la provincia deslumbrante de Almería, una cuestión entre los habitadores de sus casas, cortijos y ruinas en función de hospederías especializadas para inmigrantes de cayuco, patera y camión, procedentes de Senegal, de Rumanía, de Tanzania posiblemente y tal vez de apátridas sin ley, como resultas de un pelito tal vez de drogas o simplemente de trabajo y miseria, murió de una puñalada o de muchas más de una, quizá el más inocente de la tribu. Y el resto de la Comunidad, en la que no faltaba la representación gitana, se levantó en armas y declaró el lugar territorio comanche, con derecho a casi todo. Se produjeron manifestaciones, incendios y destrucción múltiple. El gobierno, legalmente constituido y responsable, ante el temor de que el suceso se pudiera convertir en guerra de las Alpujarras o cosa por el estilo, envió guardias civiles con la orden de intentar convencer a los llegados por tierra, mar y aire, pero exentos de derechos de ocupación y de papeles, de que la paz es posible y de que si se empeñan en alterarla, España, perdida la paciencia política, acabaría por declarar el estado de emergencia... Los senegaleses implicados en la contienda mostraron derechos que nadie les había concedido y continuaron demostrando que sus derechos como ocupantes iban a misa. Se produjeron novísimos tumultos, que demostraban que los acogidos no estaban dispuestos a someterse a las leyes ni a las costumbres indígenas y siguieron montando el cirio tribal contra los unos y los otros. Afortunadamente la Guardia Civil caminera dominó la situación. Y se apagaron los fuegos. Y no se le ocurrió (a quien se le ocurriera) otra explicación ante la sublevación incivil, que se trataba de un mero incidente... ¡Leches con el incidente cuando estuvo a punto de arder Roma con todos los cristianos dentro! ¿Otra desaceleración?