AL TRASLUZ
Hasta los mudos
TODO español lleva dentro un malhablado, algunos hasta tres. El señor Bono también tiene el suyo, al que sólo exhibe en la intimidad y en los corrillos de diputados, lo que pasa es que engaña con ese apego suyo a lo ceremonioso, como si fuese el rey de los mayordomos. Una cámara indiscreta le ha captado diciendo a tres diputados del PP, en tono jocoso, que en el PSOE hay «hijos de puta». No era una conversación de alta política, sino una de esas charletas rápida con la que los españoles nos relajamos, a golpe de expresión chusquera, chiste verde o sentencia macarrilla; el resto del tiempo, hablamos como discípulos de Seneca y parecemos personajes de «El Greco». Mediante el taco nos liberamos de nuestra proclividad a la metafísica. De pronto, como si de un picor se tratase, nos entra la irreprimible urgencia de desdramatizarnos un ratín. Café, copa, puro y palabrota. ¿Les llamó «hijos de puta» y asegura que fue sin ánimo de ofender? No hay contradicción, la lengua castellana y el señor Bono son así. Además de a dicho malhablado, todos llevamos dentro un Quijote, algo de Sancho, más cuarto y mitad de Rocinante. Nuestro sentido de la educación es un poco cubista, necesitamos cambiar de registro para no asfixiarnos en seriedad. Por ello, el taco nos exorciza, es nuestro té. La bella estadounidense Nancy, cuando vino a España para su tesis doctoral, se asombró de que, sin conocer a nadie, todos mentasen elogiosamente a la madre que la parió; el castellano es así. El presidente del Congreso no pretendía descalificar a los suyos, pues todos sabemos desde niños que un insulto puede ser a la vez un gran halago; tenue frontera, desde luego. Los tres diputados captaron el animus jocandi de tan sutil comentario. En este país, son malhablados hasta los mudos.