CRÉMER CONTRA CRÉMER
Una muerte anunciada
LOS ATENTOS visitantes contemplaban, no sin recelo, el rumbo de los aviones que se empeñaban en dominar las rutas de León. Se decía por quienes sabían de volar y quien no había conseguido arrancar las plantas de los pies de la tierra madre: «No está León para esta risa». Y un negocio de dominio aéreo o de viaje peregrino no puede soportarse nunca si las pérdidas de la empresa son de un millón de euros todos los años y fiestas de guardar». Así no hay quien resista, decían los accionistas y empresarios que se había echado a volar creyendo que el negocio aeronáutico venía a ser lo mismo de sencillo que el de construir chabolas y venderlas a precio de palacio de la Moncloa. Y no, como pudo advertir el atento vecino de la villa o del Viejo Reino, como gusta de calificar a lo que queda de Alfonso el Séptimo, que iba para Emperador. Tan no era lo mismo que, así que se manifestaron los primeros signos de la llamada por unas crisis y por otros putada, tiraron el ladrillo y abandonaron los bancos de vuelo. Y entramos los unos, los otros y los de más allá en el proceso angustioso de la desaceleración. Lo que movió a los economistas de pacotilla, que ostentaban entre otros los cargos remunerados de titulares del dinero del común de vecinos, a pedir auxilio antes de tener que pedir limosna. Y todos en el pueblo preguntaban: «Dónde están los dineros de nuestros ahorros y a dónde irán a parar en este trance abrumador los puestos de trabajo que más mal que bien veníamos ocupando? Hasta que comenzaron a producirse los signos de la catástrofe y aquellos esforzados varones que, fiados en el aspecto inmejorable del día se decidieron a montar un negocio de vuelos que abarcaran todos los puntos cardinales, se vieron de pronto envueltos en tal ráfaga de malos vientos que no tuvieron más remedio que apearse. Murió el avión como murió Papús, sin decir ni chus ni mus y lo que está resultando más angustioso, sin saber quién es el culpable ni cuando podrán reanudarse estos vuelos tan lujosamente programados y tan escasamente prevenidos. Porque los Ayuntamientos -el nuestro a la cabeza- embebidos en festejos y proclamaciones, no prestaron atención o no entendieron ni palabra del negocio y mientras se echaban a la calle para proclamar las victorias francesas en Mayo del ocho con bandera y música de gaita, que es el instrumento del Municipio Leonés a todos los efectos, la crisis cautelosa y alevosa se imponía en la norma política y económica y nos íbamos quedando sin pluma aunque, eso sí, cacareando. Que no hubo ni hay organismo de menos calado y de más pobretería que el de León, que no parecía sino que había accedido a la Casa de la Poridad solamente para ocupar cargos y cobrar denarios y los demás, incluso el buen pueblo, hambreado. Conseguido lo principal, que era la conquista del cargo y del sueldo, lo demás ya podrían permitir que el agua del Bernesga se lo llevara. Y una voz autorizada, como es la del ilustre señor presidente de la Cámara Oficial de Comercio e Industria tiró la batuta al río y se sentó a verlas venir cómodamente. Y se escuchaba el cantar escolar que repite: «¿Air Nostrum dónde está? ¿Dónde está Lagun Air?»