HISTORIAS DEL REINO
Miedo
ES LO que sienten cada vez más padres cuando arriban las últimas horas del viernes y se anuncia el fin de semana. Primero fueron los botellones, plagados de chavales que un año antes todavía jugaban a la pelota o a las muñecas y a los que esta sociedad podrida obliga a madurar a base de tortas, soledad y drogas para matar el aburrimiento de mucho tiempo libre y poco interés por rentabilizarlo en algo más que la satisfacción inmediata. Para llegar a fin de mes cada vez más familias necesitan reducir el espacio de tiempo que dedican a sus hijos desde la misma guardería. Lo que ven en la tele, lo que matan en el juego de la Play eso ya es cosa de ellos. Luego, cuando crecen un poco, se adentran en la selva del todo vale, en la que en un recreo cualquiera, en un colegio vete a saber dónde, un animal descerebrado les choriza el bocata abusando de su fuerza mientras los pobres docentes apenas si pueden protestar, porque si uno de ellos quiere atar corto al chico, allá que embiste el todavía más bestia progenitor y amenaza al maestro. Se opta por el silencio y mirar hacia otro lado. ás tarde, cuando pica la barba o crece el pecho, llega la hora de clonar modelos de la tele: que si uno quiere parecerse al Duque, que si la otra a la macizorra de Cata. El primero, un traficante de drogas, la segunda, una mujer de moral tan ancha como la suerte que le depara su facilidad para abrirse de piernas con todo fajo de billetes en forma de maromo subido de testosterona y músculo prieto a lo espartano. Finalmente, los amigos, que, por aquello del qué dirán de mí, les animan a que beban, se chuten, esnifen, follen, o graben palizas a mendigos porque es lo que se lleva y mola colgarlo en Youtube. Entretanto, sólo los raritos, los bichos solitarios, las que buscan luchar por una sociedad mejor, más justa, aquellos a los que preocupan los indefensos, quienes desean devolver a sus padres los esfuerzos realizados con ellos, en definitiva: los que no aceptan la llamada de la manada dominante de borregos, se escapan a esta dinámica. Si sobreviven a los 18 sin taras mentales por maltrato psicológico del compañero guay, de ellos se nutren las ONGs, las Universidades, las empresas y, a partir de los 23, si todo funciona, el duro baqueteo de la vida del chaval le convierte en mileurista de lujo mientras la más golfa se casa con el rico cocainómano y el más cañón de la pandilla preña a la hija del apellido con ringorrango. Eso es triunfo social, piensa el rapaz subido a su coche de segunda mano. Ahora, porque ha muerto a palos un chico en una discoteca bien de Madrid nos sorprendemos, queremos reformar la ley, poner fin a los desmanes, controlar a los muchachos. Pero es que antes que Ussia hubo otros, en la costa, en Madrid, españoles, inmigrantes, blancos, negros, molidos a puñetazos, reventados a golpes por los gorilas que protegen el sistema. ¿De qué nos escandalizamos ahora? ¿Dónde ha quedado la cultura del esfuerzo? ¿El premio a la excelencia? ¿La implicación personal para mejorar la sociedad? ¿La protección al débil? ¿La justicia? No lo sé. Esta sociedad cínica cada vez me da más asco.