EL MIRADOR
El «affaire» Lukoil
QUE LA crisis financiera nos supere; que nos sorprendan los vaivenes de la Bolsa, que no acabemos de comprender cómo la subasta para acceder a fondos públicos no haya entusiasmado a Bancos y Cajas y haya quedado prácticamente desierta, todo eso es algo que ya forma parte del guión. Mal que bien, comenzamos a digerir que todo, al común de los mortales, nos resulta incomprensible. Acomodados en esta perplejidad llegan, nada menos, que los rusos dispuestos a hacerse con el control de Repsol. Están dispuestos y lo conseguirán. ¿Qué está pasando? Hace apenas un año la batalla era lograr «campeones nacionales» y ahora nos encontramos con que Lukoil no está mal, que sus pretensiones forman parte del libre mercado, al que -dicen- hay que poner controles y transparencia, salvo, claro está, en esta operación, en la que si bien hay capital americano, es un hecho obvio que los hilos últimos, es decir, los importantes, llegan y se quedan en el Kremlin. El presidente del Gobierno nos ha recordado que en Lukoil hay dinero americano. ¿Y qué? Por el mero hecho de ser americano no es garantía de nada. Con dinero americano se fabrican armas y con dinero americano se financian operaciones que harían rechinar conciencias. ¿Qué ha pasado para este repentino acriticismo con lo americano? El dinero es dinero y no tiene patria. Sólo entiende de rendimiento, como bien se ve en el dinero español, o mejor dicho, en los españoles que pujan por hacerse un sitio para que Lukoil resuelva sus problemas de liquidez, como es La Caixa, Caixa Catalunya, Mutua Madrileña y Axa. Quieren los cinco tomar sitio en ese 9,9% que Lukoil compraría, además del 20% de Sacyr. Todo está medido. Una décima más obligaría a Lukoil a acudir a una OPA por el cien por cien y, claro, de esto huyen como de la peste. Al menos, por ahora. Repsol es una empresa estratégica y de lo que se habla es nada menos que del suministro energético. Entrando en Repsol, además entraría en el gas y la electricidad y en buena parte de Sudamérica. La experiencia aconseja echarse a temblar. Rusia ha empleado su fortaleza energética como arma política y en ningún sitio está escrito que haya abandonado esa tentación. Para colmo de intranquilidad resulta que la operación se escapa a todo control y transparencia, cosa que en Moscú no es costumbre. Resulta incomprensible el beneplácito del Gobierno. No se entiende esta aquiescencia. Y se entiende menos que ante datos tan objetivos como preocupantes, el Ejecutivo no ponga encima de la mesa todos sus resortes, toda su capacidad de influencia para evitar una operación que salvará de la crisis de liquidez a unas cuantas empresas, pero que objetivamente nos convierte en un país más vulnerable. A Lukoil hay que decirle que no con la misma tranquilidad con la que hace años el hoy jefe del Gobierno no se levantó al paso de la bandera americana o con la misma determinación con la que, nada más llegar a Moncloa, retiró las tropas de Irak. No es lo mismo, lo sé. Pero los gestos son los gestos.