TRIBUNA
La Universidad cotiza en Bolsa
LA OPOSICIÓN de los estudiantes del sistema educativo público a la entrada en vigor de la Declaración de Bolonia (1999) para la convergencia del espacio europeo educativo superior antes del 2010, no es entendida por la mayoría de ciudadanos que ajenos a este ámbito universitario siguen su vida día a día sin entender los paros sistemáticos y frecuentes que vienen sucediendo, desde hace bastante tiempo, en las aulas de la facultad. Los planteamientos de base parecen establecer las líneas de coincidencia académica en los programas y sistemas de promoción por créditos (ECTS) que garanticen el inmediato reconocimiento de títulos (grado y postgrado), movilidad entre los países firmantes y un aprendizaje de calidad a lo largo de toda la vida emergente y dinámico, espacialmente considerado. Esta armonización que tiene como precedente la firma de la Carta Magna de Universidades por parte de rectores de universidades europeas y diez años después, la Declaración de Sorbona en una reunión de ministros de educación de cuatro países europeos (Alemania, Italia, Francia y Reino Unido), no es tan esquemática ni sencilla pero baste para presentar el punto de partida. Si de algo nos suena el tránsito de alumnos universitarios por Europa es ligado a las becas Erasmus en el que ya oíamos hablar de créditos frente a las notas logradas con esfuerzo pero con suficiente orientación sobre la cuantificación de nuestros saberes, que iban desde el raspado suficiente hasta el sobresaliente o matrícula de honor, estableciéndose todo un arco iris de matices en el que uno se situaba perfectamente para entender el resultado de su trabajo. La adopción de 60 créditos por curso académico y el valor estimado del trabajo del alumno, a tiempo completo, 40h por semana durante 40 semanas (equivalen aproximadamente a 1.600 horas por curso académico) y, por tanto, una media de 25 - 26 horas de trabajo por cada crédito conseguido. Por crédito se entiende la unidad de valoración de la actividad académica que integra armónicamente las enseñanzas teóricas y prácticas, otras actividades académicas dirigidas y el trabajo personal del estudiante, permitiendo así medir el volumen total de trabajo que éste debe realizar para superar cada una de las asignaturas. Estudio y trabajo antiguos refundidos en un sistema que suena a banca y que no dista mucho de los parámetros de gestión económica establecidos en la sociedad monetaria. Aparece, así, la idea de que la universidad ha de estar al servicio de las empresas para que se rentabilice suficientemente el trabajo específico de altura que se realiza en ellas. Lo primero que se plantea es el recorte de los años que deben cursarse en este periodo como garantía básica de formación uniforme con el fin de integrar, de forma general en el mundo laboral de 4 años (rapidez y uniformidad, dos conceptos que están reñidos con la profundización y la investigación propias del mundo universitario) que dan acceso a los títulos de Licenciado, Arquitecto o Ingeniero. Un examen final vuelve a poner a prueba a los alumnos aunque hayan aprobado todas las asignaturas. Prueba que de no pasarse ni se obtiene el ansiado título, ni puede pasarse al nivel de postgrado. La conclusión es clara, se reducen alumnos que puedan continuar estudiando, por tanto el gasto público y el acceso de todos al mundo del trabajo cualificado, cada vez más elitista y soberano. El segundo ciclo es el de Postgrado, donde se integran los títulos de Master y Doctor. El título de Master sustituye a las especialidades de las actuales carreras. Para poder acceder a este nivel de estudios, habrá que superar el examen del Grado y posteriormente la Universidad donde se imparten los estudios de Postgrado puede escoger a sus alumnos según propios criterios de elección. Al existir un ranking de Universidades (aprobado por la LOU), habrá una distribución de la financiación pública, y existirán Universidades de 1.º y de 2.º categoría. De esta manera se corre el peligro de que las Universidades de 1.º categoría elijan a sus alumnos según criterios arbitrarios que no favorezcan la igualdad de la Universidad pública y que los títulos de dos Universidades distintas no tengan el mismo valor. La empresa privada entra en la Universidad cuando que se señala que el 50% de los créditos de las asignaturas tiene que corresponder a actividades fuera de la Universidad, como prácticas. Podemos cuestionarnos cómo serán las condiciones de estos alumnos en prácticas, si podrán ser utilizados como mano de obra muy cualificada sin derecho a sueldo o si realmente la formación concreta de estos singulares alumnos en el mundo activo está planificada para suscitar sus destrezas y capacidades emergentes, tal y como debe hacerlo la parte teórica de este específico aprendizaje. La financiación va a ser otra traba más para los menos favorecidos económicamente. Se trata de diversificar los fondos y recurrir a la inversión privada (aumento de Tasas en el precio del crédito) o en las llamadas becas préstamo que serán devueltas por lo alumnos cuando consigan el sueldo medio. El aumento de horario presencial obligatorio dificultará simultanear estudio y trabajo, recurso obligado para muchos estudiantes sin las suficientes posibilidades económicas. Se elitiza la enseñanza universitaria, en cuanto que para acceder a ella es necesario disponer de mayores cantidades de dinero, lo que no aparece compensado con becas y ayudas nacionales y europeas que eviten comenzar hipotecando los primeros años de vida laboral en los que el estudiante, sin vivienda, parezca que ya tiene una adquirida. Se trata de formar trabajadores válidos para el mercado laboral europeo, con lo cual cualquier aplicación social del conocimiento va a tener que ser impulsada por empresas privadas, y por tanto, motivada por intereses privados de mercantilización. ¿Desde cuándo la universidad debe competir en el mercado? ¿Por qué Endesa cuenta con una cátedra en la Universidad Politécnica de Cataluña? ¿Financian las empresas la adquisición de conocimientos de manera altruista? ¿Qué esperan sacar a cambio? ¿Por qué hay que abandonar el «viejo paradigma educativo» que suponía «un énfasis en la adquisición y transmisión del conocimiento»?. Ahora resulta que «el conocimiento está en Internet», que lo que el mercado necesita son trabajadores poco cualificados y flexibles con una titulación de grado mientras que el postgrado queda para aquellos que puedan pagarlo. Estamos ante la lógica capitalista en estado puro: ahorrar costes y maximizar beneficios.