El relevo de la guardia
EL SILENCIO, como mueren los astros de la mañana lírica. Llegó un momento en la gran historia de España, en la que se pensó en cambiar el rumbo del galeón.
El capitán que le mandaba, aquel que le llevó a coronar la gran aventura de la invención y de los primeros azarosos bandazos, había muerto.
Se izó la bandera negra y sonaron los clarines del sentimiento general. Porque aquel mensaje de paz y de aventura, nacido y amasado en tierra palentina, Andrés Quintanilla Buey, cansado y dolorido, sangrando vacíos y abandonos, con sangre por todos los costados, había decidido dejar todo aquello que a él solamente se debía, para entregarlo a los que habían llegado detrás y se habían inscrito en el libro de la Poesía...
Quemaban todavía las últimas páginas de la Revista que se había sacado del alma, y rechinaban los goznes de la Academia Castellana y Leonesa de Poesía, cuando se embozó en silencios cómplices y se dejó morir...
Corrieron a recoger su último pálpito los viejos compañeros y se procedió a nombrar la nueva Junta.
Porque no era justo que se dejara acabar con los mármoles del silencio total, a quien se había caracterizado precisamente por su enormísima capacidad de creador, de inventor, de asesor y de promotor de ideas, de iniciativas originales y contactos generosos.
Andrés Quintanilla Buey, desde Valladolid, seguía ejerciendo de supremo chambelán de la poesía de Castilla y león, y sobre sus creaciones, sobre sus iniciativas y sobre el espíritu de sacrificio al que se entregó para que la Poesía no decayera, quedaron los ecos de sus poemas y los de aquellos que a su sombra y impulso de sus invenciones corrieron a cubrir los gloriosos espacios por él promovidos.
Cuando muere un poeta se produce el extraño fenómeno del nacimiento de un silencio preñado de versos, que es la forma de morir de la poesía cuando ésta se siente desvalida, agobiada, abandonada.
Y es entonces, en ese trance dramático del acabamiento doloroso, cuando se reanuda la aventura lírica.
Es precisamente cuando la sociedad se encuentra maniatada por la desventura o la ingratitud cuando los poetas se dejan ganar o morir.
Y cuando esto sucede y el que nos deja es Andrés Quintanilla, un poeta tan entero, tan con el alma en la boca que no cabe ignorarle, sobre todo cuando se procede a elegir el nuevo Presidente que le sustituirá, el burgalés Carlos Frühbeck de Burgos.
Acudimos desde León a esta convocatoria dramática y nos dejamos ganar por el sentimiento. Algo muy de todos nosotros ha muerto.
Siento que a veces esta voz me falta, / siento que la palabra se ha quedado / lejos del corazón, tal un pájaro / roto en el viento...
(A tu sombra amante, Andrés).