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León

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TAMPOCO es c

uestión de ponerse a lo clásico, pero como la famosa entradilla del discurso de Fray Luis tiene fácil provecho, la utilizamos libremente para reanudar un diálogo que habíamos suspendido por precepto facultativo, a fin de que nuestros humores, nuestras sangres, nuestros alientos se remansaran en la quietud y en el silencio, que ésta es medicina que convendría que los pocos sabios políticos que en el mundo aún son acogieran en sus agendas y la practicaran siquiera durante la Pascua Florida.

Retornarían, si así lo estimaran conveniente para mayor gloria de su circunscripción y de su propia salud, infinitamente más ligeros, más ágiles, más limpios de corazón, que es la principal virtud de indispensable entendimiento para ver a Dios. Y es lo que (con absoluta modestia y sencillez, con la serenidad de quien no debe nada a nadie, ni tiene pendiente ningún pleito con los antiguos y leales benefactores que nos ayudaron en nuestras anteriores navegaciones) intentamos nosotros, con esta reaparición. Como Don Alfonso el Bueno, reparadas nuestras quebrantadas espaldas y provistos de los necesarios impedimentos para el camino que nos proponemos recorrer, salimos de nuevo a los Campos de Montiel, no diremos que a desfacer entuertos, porque, en honor a la verdad, estamos convencidos de que los que se cometen en nuestro territorio o son veniales o no les enmienda y repara ni el mismísimo sastre Campillo, aquel que además de trabajar ponía el hilo. Esta colaboración que, como el Guadiana, aparece y desaparece, entremetida siempre entre las tierras y los hombres leoneses recupera su espacio y si no se compromete a descubrir mediterráneos tampoco dejará de denunciar los charcos en los que pueda ver cómo se revuelcan los puercos del hijo pródigo...

O sea, dicho en cristiano, que ni nos comprometemos a enderezar los caminos de la justicia, poniendo en libertad a galeotes que no merecen sino aquello que a cumplir fueron condenados, ni tampoco intentamos aparecer como Cides campeadores, peleadores por devoción.

Vamos a cubrir un cometido que dejamos en suspenso ocasional hace demasiado tiempo e intentaremos, como es nuestro propósito, este Cuaderno semanal o quincenal, según vosotros, lectoras y anunciadores lo decreteis, dejar constancia en sus páginas de la historia y de la intrahistoria de este León de nuestras ambiciones y de nuestro doloroso sentir.

Y es la hora de pedir. De pedir y de recibir, que los tiempos son de apremios y de generosidades y no está el horno para bollos. Sobre nuestros hombros gravitan los efectos de una crisis que anuncia manos abiertas y corazón abierto. Ya no valen las fintas para salir de apuros: Aquellos que pueden están, estamos los unos y los otros obligados a enmendar los graves pecados que los agentes oficiales han cometido, están cometiendo. Amén.