Diario de León

¡Que viene el lobo!... y el lobo llegó

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MIGUEL ÁNGEL GONZÁLEZ ha abierto, con su artículo publicado en el Diario de León del pasado 17 de los corrientes, el debate sobre la actual crisis mundial a nivel de León. Entiendo que es oportuno discutir sobre los distintos enfoques que hay para analizar la realidad leonesa. Él lo plantea desde el punto de vista capitalista y crítica que se está demonizando al susodicho sistema, que los que se oponen «no disponen de las herramientas necesarias para el análisis», y lanza a la opinión pública una serie de preguntas a modo de que alguien las conteste. Yo voy a contestarle, aunque estoy seguro que corro el riesgo de recibir algún coscorrón dialéctico.

Pregunta el señor González «¿que mercado funciona en libertad?», yo diría que quizás el rastro de los domingos de Papalaguinda; sigue «¿dónde hay concurrencia perfecta?», modestamente opino que sólo y con reparos en ese tipo de mercados, donde uno deambula, pregunta a uno y otro y elige lo que más le convenga; prosigue inquiriendo «¿dónde está el capitalismo?», lo siento, no sé, pero habeilu, hailu. Y, por último, lanza la pregunta del millón «¿dónde no influye el Estado?», precisamente esta cuestión debería formularse de otro modo, ya que lo que interesa es conocer quienes toman las decisiones, es decir, saber quien ostenta el poder ¿un político o un ejecutivo? Esta pregunta es mía.

Es interesante la comparación que hace de la participación de lo público en los PIBs del siglo XIX y del XX, el 4 % frente el 45 %, respectivamente. Sin entrar analizar el modo de estimación de esas cifras yo, supongo que se trata de cifras medias de ambos siglos. Me sorprende que el Sr. González no considere oportuno comparar las actuaciones públicas en cada periodo. En el siglo XIX no había agua corriente a domicilio, ni alcantarillado ni depuración del agua sucia; no se recogía la basura; no había enseñanza obligatoria, sólo estudiaban los hijos de la nobleza y de la burguesía; había pocas Universidades y, en este caso, los que podían estudiar eran los hijos de las clases adineradas, no todos los hijos de burgueses podía estudiar en las universidades; el concepto de beca no existía; la asistencia sanitaria era muy precaria, se basaba en la caridad para muchos; se carecía de infraestructuras básicas; y no sigo porque pude el Diario de León protestar por la longitud de este artículo. Por todo ello creo que la utilización de esa comparación es totalmente inadecuada por su simplificación y por la falta de equidad en su formulación; es un poco confundir la velocidad con el tocino.

A continuación el autor del artículo pasa a descalificar a Santiago Carrillo por proponer una salida a la crisis actual pidiendo que se subordine la economía a la política y no a la inversa como ha venido sucediendo en estos últimos veinte años. Yo creo que Carrillo se refiere a la Política (con mayúsculas) porque hay que distinguir el caciqueo que padecemos, por estos lares, con la desregulación que ha existido desde la caída del muro de Berlín, 1989. Lo que pide Carrillo es una normalización para controlar, inspeccionar los nuevos fenómenos descontrolados que están surgiendo con la globalización con sus turbulencias financieras (el caso ENRO vale de ejemplo).

Hoy han sido superados los estados nación por la economía globalizada y es necesario crear nuevas instituciones internacionales; los fallos que nos han arrastrado a esta crisis son achacados a la debilidad de la ONU y sus instrumentos laterales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio. Permítaseme recomendar la lectura del artículo de Federico Mayor Zaragoza, «grandes crisis grandes oportunidades», publicado en El País del día 15 de este noviembre, ya que yo no puedo mejorar su planteamiento, y explica a la perfección lo sucedido. En el artículo que estoy analizando se hace referencia al fracaso de la economía estatal en la Unión Soviética, que por evidente uno no osa refutar; no obstante, sin entrar en profundidades habría que recordar la historia de la Unión Soviética, país que en el siglo XIX mantenía una estructura económica feudal. Al respecto, también es conveniente señalar la influencia que tuvo en él la primera y la segunda guerras mundiales, su origen en aquélla y su consolidación en la última; además de señalar que la guerra fría fue otro acontecimiento negativo para el desarrollo económico soviético. Sepan y espero que se entienda que no estoy justificando la dictadura bolchevique, ni las depuraciones de clase, ni las purgas de sus propios ideólogos, ni, mucho más, los Gulags. Pero sí es importante recordar que durante el crack del 29, en estos días tan citado, la economía soviética con los planes quinquenales ofreció un modelo que parecía inmune a los efectos de la crisis, inspirando de hecho a numerosos reformadores sociales americanos; entre ellos, a los del New Deal estadounidense (después de la 2ª Guerra Mundial fueron perseguidos por el senador Mc Carthy en su infausta caza de brujas). La industrialización soviética se realizó en realidad con una gran represión al trabajador y con una mano de obra semiesclava; hubo evidentemente una fuerte inversión pública, incluyendo en ella el desarrollo de la industria de guerra. Esto da para mucha más discusión y es posible que tengamos que volver a ello. Pero insisto que no defiendo este tipo de actuaciones públicas a costa de convertir el esfuerzo humano en capital, estoy intentando poner de manifiesto que los análisis son muy complejos y que el panegírico no ayuda a comprender la realidad que vivimos. Además intento apoyar la idea de que la economía tiene que estar subordinada a la política y no a la inversa, la experiencia lo demuestra.

Otra consideración que quiero formular, antes de hacer una modesta propuesta, es que no se puede confundir el capitalismo con la democracia, como hace el señor González. Ni olvidar que las cotas de bienestar alcanzadas en occidente son fruto de una lucha por conquistar derechos. Muchos hombres y mujeres han muerto en ese empeño para que ahora se atribuya al capitalismo su formulación. Quien otorgó esos derechos fueron gobiernos de muy variado signo. El caso del franquismo no vale como excepción por cuanto la situación del régimen en los años cincuenta era tan insoportable, pura bancarrota; la autarquía fracasó exactamente igual que ahora cayó el muro de Berlín. De no ser por la guerra fría el franquismo hubiera caído al igual que ocurrió con la descomposición de todos los países del este. Si no hubiera llegado la ayuda americana, primero, y en los años sesenta los créditos del Banco Mundial, el franquismo se hubiera diluido en sí mismo. El seguro de enfermedad, las vacaciones pagadas, el seguro desempleo eran migajas para mantener callada a la opinión pública, mientras a su sombra se generaba un capitalismo predador a la española. El decrecimiento y seguramente la recesión son las consecuencias y nos las causas de esta crisis. La solución no es fácil, pero ha de pasar por su determinación y la aplicación de unas acciones estudiadas y consensuadas que devuelvan la confianza a los agentes económicos. El problema se encuentra en elegir el método y la elección de los estudiosos. Es evidente que ha de actuarse en contra de los que han actuado desaprensivamente y con codicia, que los más débiles no sean los únicos que sufran las consecuencias. Todo el recetario del señor González, algunas de sus consideraciones son difíciles de entender, está más próximo a la demagogia que acusa, que a la solución que se necesita. Y la Política ha de prevalecer a la economía.

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