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Publicado por
León

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EN OTRO LUGAR, cronistas de mayor empaque y resistencia que el que suscribe hablará de la cesión de poderes y de licencias a poderosos señores de las fiducias; o se entregarán a la ilusión de obtener el premio de la Lotería Nacional por su buen comportamiento y adelantos durante el curso. Y no faltará quién, por el contrario, se quejará amargamente porque los hechos le demuestran que le están dando por el curso que no acaba de pacificarse. No están los tiempos ni para juegos ni para novelerías. Miramos al cielo y nos acordamos de ese negrito afortunado que ha tomado pacífica posesión -”¡ya ven ustedes, señoras y señores: pacífica, con la que está cayendo!-” y del cual esperamos los míseros e infelices hispanohablantes la felicidad de la Pascual, deseándonos felicidad, paz y un puesto a la lumbre, al lado del nacimiento, de los pastores y de los flautistas cantando a la puerta donde el Niño Jesús duerma. En resumen, que estamos en Navidad como quien dice y como quien diga lo contrario y es el momento de repasar los pliegues de la conciencia para saber a ciencia incierta si tenemos derecho a ser felices o hemos de seguir como siempre a la espera de que se produzca el milagro... Y no podemos, ni lo pretendemos, impedir que lleguen hasta nuestro encierro solidario la noticia, extendida por el Universo mundo, de que los hambrientos, o sea las víctimas del juego de los dineros, anota en su dietario, no menos de 40 millones de hambrientos y sedientos sin nada.

Ni agua. No quedará agua así que transcurran unos años y los sedientos de Tanzania, por ejemplo y de Siracusa se vean obligados a emigrar a donde fuere, y se produzca inevitablemente la guerra de las Hambres, la más feroz, la más triste y miserable. Porque la guerra de religión por sí misma se consuela y redime; la guerra política se autoabastece de dinamita viajera, pero la guerra de las Hambres múltiples, rencorosas y asesinas, esas no se acaban nunca ni se redimen.

Y que nadie pretenda escudarse, esconderse, ni superarse ni con rogativas ni con puñaditos de oro nigeriano o senegalés. La suerte ya está echada y no nos toca sino arrodillarnos ante nuestra propia sombra y solicitar perdón por nuestras muchas culpas. Y seguiremos matando. Los políticos, que puedan hacerlo, seguirán jugando a la guerra, como hacemos nosotros en Afganistán, creyendo que un puñado de hombres serán capaces de detener la hecatombe. Pero morirán también a su tiempo, dejando detrás una estela de sangre y de desolación. Y nosotros, los hambreados de pan y de justicia seguiremos asaltando huertos y talando sembrados para robar el pan nuestro de cada día en forma de tierra muerta. Coña, ¡qué asco de vida nos ha tocado ¡Y lo que nos queda todavía, compañero del alma, compañero! ¡Tanto penar para morir así!

En las tierras de la acedera, de la lecherina, de los berros, que era donde los necesitados de mi barrio acudíamos a pertrecharnos de viandas para saciar una de nuestras hambres, ya no quedan hierbas para saciar nuestras angustias... Cuando el rostro volvió / halló la respuesta viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó.

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