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Publicado por
León

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SENTIDAS manifestaciones de repulsa en toda España. También en la plaza mayor de Azpeitia. Pero en el pueblo de Ignacio Uría, la última víctima mortal de Eta -cuarta en lo que va de año-, las condolencias son en privado, sin dar cuartos al pregonero, sin hacer ostentación pública del disgusto por la muerte del convecino. O hacerla lo menos posible. Sus compañeros de taberna no se privaron de jugar la partida en ausencia de Ignacio. Su lugar lo ocupó alguien unos minutos después del asesinato. Y la rutinaria vida del pueblo continuó con normalidad. «Con demasiada normalidad», dice un colega cuando informa de que apenas una docena de personas del pueblo salieron a la calle para maldecir el crimen. Pero cuando el asesinato forma parte de la normalidad en una población de apenas 12.000 habitantes es que el grado de miseria moral de esa gente -”da igual que en formato de miedo o de indiferencia-”, escapa incluso a su propia conciencia.

Esa enfermedad no se cura de la noche a la mañana. Y menos con instrumentos legales tan excepcionales como la disolución de Ayuntamientos gobernados por los amigos de ETA. Como en el caso de Azpeitia, donde los amigos de Eta, tal vez conocidos por el infortunado empresario, son quienes habrían facilitado la información sobre los sencillos pasos que recorría diariamente, de casa al trabajo, del trabajo a casa, de casa a la cantina, sin escoltas, convencido que su alma de nacionalista de toda la vida le protegía de las siniestras intenciones de otros nacionalistas. Ya se ve que no.

Los demás a lo nuestro. El discurso está cerrado: eficacia policial, unidad de los demócratas y colaboración de Francia. Los tres resortes están funcionan. En el peor de los casos, la capacidad de reproducción de Eta se corresponde con la capacidad de reacción policial. El ministro Rubalcaba nos recuerda que el Estado de Derecho ya les ha reservado plaza en la cárcel a los asesinos de Ignacio Uría. El presidente del Gobierno, Zapatero; el jefe de la Oposición, Mariano Rajoy, y el lehendakari, Ibarretxe, han mostrado la misma firmeza en el compromiso de continuar con la famosa «Y» vasca (alta velocidad para la conexión con Francia y el resto de España). Y la policía francesa, en perfecta sintonía con la española, no deja de darnos alegrías.

Entretanto, recordemos que los mejores amigos políticos de Eta siguen en la cárcel (Otegi ha salido con muchas papeletas para volver). Y que el último Euskobarómetro, elaborado por la Universidad del País Vasco), nos descubre que el apoyo incondicional a la violencia terrorista entre los votantes de la izquierda abertzale se ha desplomado hasta el 2%. En el año 1996 era del 20%. Algo que se resiste a llegar a pequeños núcleos de población con fuerte raigambre nacionalista, como Azpeitia, donde reina la normalidad.