Diario de León
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LA NOTICIA la dio el presidente del Go

bierno y el punto de emoción corrió a cargo del Presidente del Congreso, José Bono, y ello en el marco de la conmemoración de los treinta años de «una gran Constitución para una gran Nación», como bien dijo el Jefe del Estado. La noticia es que la reforma constitucional no es una pri

oridad; es decir que, al menos en la presente legislatura, es un asunto aparcado. Con buen criterio y dados los tiempos que corren, el Presidente del Gobierno ha cerrado cualquier tentación de abrir una polémica que no está en el listado de preocupaciones o urgencias ni de políticos ni, mucho menos, de ciudadanos.

Son tiempos de crisis en la que los ánimos están decaídos y las energías se necesitan para abordar otras cuestiones. Además, el terrorismo está ahí; disminuido, pero vivo. Y para abordar cualquier reforma constitucional, que no es cuestión menor, hacen falta ánimos serenos, convicciones compartidas de que su reforma es prioritaria y, sobre todo, acuerdo, gran acuerdo, sobre el alcance de lo que se quiere cambiar. Acuerdo de partida y sobre todo de final.

El punto de emoción lo puso José Bono al afirmar que la Constitución, que en absoluto es intocable aunque sea lo mejor que se ha hecho en la historia reciente de España, ha permitido, ha propicia

do, que «derecha e izquierda lloremos por las mismas cosas». No es una cursilería lo dicho por Bono. Es verdad. Una verdad que garantiza la libertad y la convivencia, que asegura el futuro y que nos permite afirmar que, efectivamente, somos una gran Nación que como casi todas tiene páginas oscuras y deficiencias pero también resortes bastantes para salir adelante. Que derecha e izquierda lloren por las mismas cosas, que lo hacen, deja atrás tiempos oscuros y hostiles, garantizando la diferencia, la discrepancia, la alternancia sin que el adversario sea nunca enemigo. Y eso es lo que zanjó la Constitución.

Quienes por edad no vivieron la etapa constituyente, es difícil que comprendan la emoción, el entusiasmo y el orgullo que sentimos los que vivimos en directo aquella etapa, en la que no se sabía bien cómo afrontar el día siguiente, pero sí se tenía la certeza de lo que no se quería. Fueron tiempos irrepetibles y a la vista está que el esfuerzo, las cesiones mutuas, el afán de no volver a llorar por separado, han dado sus frutos.

Entonces y ahora el terrorismo hace acto de presencia, pero con la diferencia sustancial de que el tiempo ha corrido a favor de la democracia, que hoy es más fuerte que hace treinta años, mientras que ellos, los terroristas, cada día más débiles, aunque no menos crueles. Si en el pasado bien reciente España ha encarado ataques terroristas insoportables, si ésta no es la primera crisis económica que vivimos y aquí estamos, significa que, efectivamente, somos una gran Nación, de la que algunos tratan de escaquearse, de tomar distancia con ausencias ya tradicionales pero no por eso menos llamativas, incluso dolorosas, porque más allá de los sentimientos, lo cierto es que España es un espacio de libertad incluso para aquellos que la sienten como algo ajena y distante. Ayer no hubo aperitivo, ni los discursos fueron largos. Se respiraba un ambiente sobrio y en la mente de todos la sombra del último asesinato de ETA en la persona de Ignacio Uría.

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