Diario de León
Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

LEO LA NOTICIA de que el juzgado de lo Contencioso de Valladolid decretó hace unos cuantos días la retirada de crucifijos en aulas y espacios comunes de un colegio público pucelano, tras la demanda de un grupo de padres en 2005. La decisión de la sala se basa en considerar que la presencia de los crucifijos en centros públicos es una vulneración de los derechos fundamentales de la actual Constitución. Parece que reviviésemos los tiempos de la Segunda República. Entonces el gobierno republicano destruyó con un simple decreto algo que formaba parte de la conciencia milenaria y patrimonio íntimo de un país. Inspirándome en lo que un día escribió sobre este asunto el vallisoletano, hoy completamente olvidado, Hipólito Romero Flores, antes y ahora la figura de Cristo en la cruz no puede implicar agravio, animadversión ni ofensa para nadie. Para el creyente, la cruz es una evocación de la tragedia del Calvario y un motivo que llama a la oración. Para el ateo, un símbolo de sacrificio en aras de un ideal intensamente humano. Para el agnóstico, pura y simplemente una invención inofensiva. Para el neutral en materia de fe, una escultura que representa la muerte de un rebelde ejemplar. Hombres que vivieron y murieron sin aceptar la autoridad dogmática de la Iglesia, incluso que la han criticado abiertamente, tuvieron y tienen el Cristo en su despacho o alcoba. No hay que confundir el cristianismo cerril impuesto a cristazos por nuestra desmadrada clerecía, instruyendo a sangre y fuego la obligatoriedad de las funciones religiosas dentro de la más pura ortodoxia, con el ideal cristiano que alienta en todo hombre de fina sensibilidad moral, incluso en aquel que no es creyente de ninguna confesión religiosa.

En el dormitorio del ilustre español -y leonés (o castellano-leonés como ahora es más correcto traducir)- Gumersindo de Azcárate, y sobre su cama, había una lámina representando una cruz adornada con flores campesinas, bajo la cual rezaba esta inscripción en inglés: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». El laicismo de nuestro benemérito paisano armonizaba cordialmente con la simbología de la cruz, conviviendo inseparablemente los dos grandes motivos que ocuparon aquella vida ejemplar.

Sobre la virtualidad del crucifijo, he aquí este otro ejemplo jocoso. Un fabricante de clavos apellidado Fierro solicitó a una agencia de publicidad que le hiciese una propuesta publicitaria para mejor colocar su producto en el mercado. La agencia le presentó un diseño gráfico con la imagen del crucificado y la leyenda al pie: «Los clavos de Fierro no los desclava ni Dios». Ofendido el empresario, pues aquello hería su sensibilidad de creyente, solicitó a la agencia un proyecto más respetuoso. El nuevo diseño presentaba ahora la imagen de una cruz desprovista tanto de clavos como del Cristo, con la leyenda al pie: «Con los clavos de Fierro esto no hubiera pasado».

Tiempos ha que la imagen del Cristo colgado -casi siempre cubierta de polvo con telarañas y desconchones-, pendía del muro sin despertar fervores ni repugnancia. De pronto, por decreto, recibió el maestro la orden de descolgarla, y entonces fue cuando vecinos de pueblos y de aldeas se acordaron que había un crucifijo en la escuelita donde habían aprendido a leer y a escribir. No por desafecto al nuevo régimen, sino por sentirse agraviados por una disposición que hería al mismo tiempo su sentimiento religioso, siempre respetable, y su derecho a seguir viendo allí la venerable figura, en muchas localidades las gentes se alzaron contra la disposición, restituyendo la imagen al sitio que durante tantos años ocupara. La instalación de las nuevas escuelas, de las muchas que construyó la República, sin que en ellas figurase el crucifijo, no exacerbaba el ánimo popular; lo que a los pueblos ofendía era retirarlo de la vieja, como les hubiese ofendido igualmente arrancar por decreto oficial el reloj del Ayuntamiento. El sentido vernáculo de la gente no tolera ni ha tolerado la intromisión del poder público en sus cosas domésticas y sentimientos. Aparte las personas que por antipatía a la República o por auténtico fervor cristiano hubieron de oponerse a la decisión gubernativa, la inmensa mayoría lo hicieron como protesta contra un procedimiento que limitaba su derecho a mandar en «sus» cosas, y sobre todo en aquellas rodeadas de una cierta aureola sentimental. No hay nada nuevo bajo el sol. El asunto ya estaba plasmado en la escena clásica, con el paradigma de Antígona, la heroína de la tragedia de igual título de Sófocles, que desobedece la autoridad de Creonte y se suicida, al prohibirle el tirano que dé tierra a su hermano Polinicie. ¿Constituía entonces y constituye ahora un peligro, siquiera una leve falta para el nuevo orden de cosas, la permanencia del Crucificado? No, ciertamente. Si así lo determinan los consejos escolares de cada centro, el constitucional laicismo vigente y la antigua imagen pueden ser perfectamente compatibles dentro de un recinto escolar, ya que ella -la imagen- no significaría ya en la pared de la clase entronizamiento de un dogma ni imposición de la casta sacerdotal, sino residuo respetable de un pasado. No alcanzamos a entender por qué razón el futuro y el progreso tienen que estar en querella con el ideal cristiano, representado, aun para los no creyentes o desafectos de la actual Iglesia católica, en la figura de Cristo en la cruz.

No insistan los sucedáneos de nuestra anterior República en estos pasatiempos iconoclastas, que sólo sirven para afilar las uñas de los que están esperando atisbar indicios de persecución, para enardecer los ánimos de la gente contra una democracia treintañera que debe aspirar a aglutinar y no a desunir. Aunque pequemos de machacones, hemos de reiterar la enorme importancia que tiene para un sistema naciente, aún no suficientemente desarrollado ni consolidado, el saber eludir, gentilmente y con elegancia, cierta clase de cuestiones menores relativas a hechos y costumbres que no representan peligro alguno para el vigente canon institucional.

tracking