Diario de León
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León

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EL COMPORTAMIENTO social es el aprendizaje al sometimiento de la propia libertad en aras del respeto a los otros. Es la razón por la cual no nos tiramos pedos en público, o no bostezamos delante del conferenciante o de nuestro interlocutor, aunque su discurso nos esté llenando de de hastío, y dejamos también lo de abrir las fauces para los leones aburridos en sus jaulas o para los más groseros.

Otra de las continencias que requieren de un largo aprendizaje es la verbal. Procuramos comunicarnos sin ofender con nuestras palabras y no insultar, lo que no quiere decir que no expresemos lo que pensamos, pero siempre dentro de unas reglas de moderada cortesía.

Lo cierto es que asistimos a una incontinencia verbal bastante generalizada, protagonizada precisamente por personajes públicos que deberían esforzarse en no mostrarse como soeces gañanes. Parece que se acaloran, que se calientan, que pierden las sujeciones del respeto social, es decir, como aseguraba Jacinto Benavente, que no piensan lo que dicen, que es precisamente cuando se dice lo que se piensa. Y lo terrible de lo que piensan es que lleva implícito un terrible tufo autoritario con la descalificación de los que no piensan como el insultador o el deseo de la muerte a quien representa una determinada institución que no gusta.

El autoritarismo se extiende, y no es sólo verbal. En la asamblea de un conocido club de fútbol se apagaba el micrófono a los que disentían de las opiniones del presidente. Descalificar, enmudecer, insultar, son los síntomas, no sólo de un calentón, sino de un autoritarismo fascistoide, todavía subconsciente, y que podría estallar si se dieran las circunstancias adecuadas. Cuando a la cortesía le llamamos fingimiento y a la rudeza sinceridad, cuando pensamos que desear la muerte de alguien en público es una ocurrencia estamos retrocediendo en el costoso y largo camino de la civilización y somos cómplices de un grave deterioro.

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