El Gran Míster
LOS CATÓLICOS sabemos que Dios es del Real Madrid. No viene en el catecismo, pero es dogma de corazón. Otra cantar es que, a veces, parece como si se le olvidara. Cierto culé, un poco farruco, me argumenta: «Querrá decir que Él es de todos los equipos». Y le esgrimo, con autoridad de catedrático de bar: «No me sea heterodoxo, que no está el horno para herejías». Admitámoslo, el Gran Míster, es decir, el míster de los misters, últimamente no le ha dedicado mucho tiempo a su equipo, pero no lo llamemos abandono, tampoco desencanto o desidia. Estoy convencido, con mi fe del carbonero, que la mala racha d
el equipo se debe a una estrategia celestial. Pero en el fútbol también tiene cabida el milagro. Y no me estoy refiriendo a la suerte, ese fenómeno vulgar que sólo sirve para que te toque la lotería o que Eva Mendes te conceda una cita. El milagro es superior al azar. Dios creo el mundo de la nada, y ésta es blanca. ¿O va a resultar ahora que la nada es azulgrana? Ya antes de que el mundo se pusiera en marcha, antes de que la ameba se convirtiese en mono, ya existía el Real Madrid en su forma latente, como energía blanca. Hay argumentos teológico científico deportivos un poco cogidos por los pelos pero no es el caso de este, que se sostiene como el teorema de Pitágoras o la existencia del Yeti. Porque tenemos con nosotros el orden cósmico, el Barça-Madrid de mañana lo vamos a ganar los buenos, los del caballo blanco. Ahora bien, si no es así, cosa bastante improbable, no se me haga usted ateo. Nunca hay que desesperar. El Gran Míster sabe ya quién ganará la liga. Y además ¿acaso los caminos de
l Señor no son inescrutables? Mientras tanto, velita a San Goloncio y a esperar el milagro. Eso sí, ¿sería mucho pedir que los jugadores pusieran algo de su parte?