Diario de León

El criminal anda suelto y andará

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León

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CUANDO esos jabalíes matan, sería muy interesante hacer un catálogo de las caras que miran al vacío en lo que llaman protesta silenciosa. No digo yo que no esté bien el pataleo y que no esté bien ese salir a la calle con cara de haba para testimoniar «nuestra repulsa». Un poco tonto e inútil sí que lo es. Y lo que a uno le deja más perplejo es que, al final del consabido minuto de silencio, se produzca un aplauso. ¿Qué significa? Un aplauso se da a quien ha realizado una obra meritoria. Pero dónde está la obra meritoria. 1. No tiene mérito ser un asesino aunque el bicho se autoproclame patriota. ¿Hay algo más despreciable que un asesino de esos? El aplauso no va para él, desde luego. 2. Ser espectador indiferente o cabreado tampoco merece ningún aplauso. 3. Ser víctima no tiene ningún mérito, ni merece aplauso como tal, sino conmiseración y apoyo puesto que la víctima, siempre inocente, es el sujeto paciente del crimen. La estupidez del nacionalismo idiota, digo, vasco, caracteriza la actividad de una banda que ya debería de haber sido exterminada como lo fue la de Baader Meinhoff. Esos tipos merecerían un aplauso sólo cuando patalearan al extremo de una soga.

Lo del aplauso se entiende mal. Yo creo que toda esa gente de los ayuntamientos y diputaciones y parlamentos aplaude su propio valor, su atrevimiento. ¡Santo cielo! La imbecilidad crece de forma alarmante. Sobre todo, el cinismo parlamentario vasco y central tiene un componente memo que subleva a cualquiera. La presencia del tal Josu Ternera en el parlamento, es una vomitivo de tal potencia que toda la cúpula legislativa judicial y policial debería ser despedida y sustituida por otra. En lugar de eso se sale a la calle a guardar un minuto de silencio. Se protesta contra el asesino y se mantiene a sus amigos y protectores en el consistorio. Minuto perdido. Ocurre lo que con las llamadas víctimas de género. Siempre hay un grupo que sale a manifestarse a la calle y cacarear eslóganes. Si alguien cree que un asesino que ha decidido matar a su mujer, va cambiar de idea por esa repulsa social de un grupito pancartero en las puertas de los ayuntamientos, es que no tiene ni pajolera idea de lo que es el corazón humano, la brutalidad asesina, o la perturbación psicológica, moral o social.

Además, después de elegir a nuestros representantes, que haya que salir a la calle para reclamar nada, indigna al santo Job. Se les elige, se les paga bien, se les da inmunidad y prestigio de autoridad, se les concede una importancia desmedida y en lugar de trabajar para representarnos mejor, nos llaman a manifestarnos cuando ocurre este tipo de bestialidades. A este tipo indecente de parlamentario Quevedo lo llamaría «fantástica ruina eminente»

Si se los ha elegido es para que trabajen por una sociedad más justa, más pacifica, más libre y culta y en definitiva, más humana. ¡Que trabajen! Esa es la clave. Una parte importante de los parlamentarios son simples dedos que votan en el Parlamento con desconocimiento de lo que votan y el calado de lo que votan. Pues están en el Parlamento, debieran estudiar minuciosamente lo que ha de ser ley que protege al ciudadano y castiga al elemento antisocial. Y las leyes han de ser proporcionales al crimen y olvidarse de todo argumento psicológico, generalmente trufado de una palabrería seudocientífica y de una compasión idiota, que tiende a proteger al delincuente y olvidar a la víctima.

«Todos somos víctimas de ETA cuando ETA asesina!» Eso oí a alguien en la tele en estos días de luto por la muerte de un hombre como el señor Uría. Pues no. Si así fuera, ETA habría ganado la partida y habría que agachar la cabeza. Las víctimas son las que son y se las olvida, en general, inmediatamente, después del entierro, de manera que hay que fijar un día para recordarlas, no por la emoción revivida de la injusticia, sino para acallar la mala conciencia. «Todos somos víctimas» es frase de borrego en rebaño resignado.

¡Las leyes! ¡Vaya, vaya!

1. El principio de reinserción tiene que ser revisado. Si la escuela no pudo educar al asesino, pensar que la cárcel lo hará, sólo se lo creen los sicólogos naïf, los tontos de capirote y los políticos que zanganean a su sabor en el Parlamento. Y si no se ha reeducado, si no condena explícitamente el terrorismo o la violencia que lo llevó a la cárcel, pues no hay reinserción. Así de sencillo. Y si quiere matarse que lo haga.

2. Los derechos de las víctimas deben prevalecer sobre los derechos del asesino y no al revés... El caso Dejuana Chaos debería producir una epidemia de dimisiones. Pero ahí siguen todos en sus puestos, perorando sobre ETA y diciendo el consabido discursete «no conseguirán sus fines, la democracia no se doblegará, ETA ha vuelto a hacer lo que sabe, su futuro es la cárcel», que debe divertir mucho a las alimañas.

3. Las penas debieran ser disuasorias (con permiso de Llamazares). Si son treinta años son treinta años. Y si son seiscientos son seiscientos no doce; no sólo porque se contradice la aritmética sino también porque se contradice la geometría de la decencia moral y la buena salud del idioma. Ya sé que alguno de esos zánganos se llevaría las manos a la cabeza diciendo aquello de que «treinta años son como una cadena perpetua, ¡ay que vuelve el franquismo!» Treinta años no son más que treinta años. La víctima sí que cumple cadena perpetua sin tercer grado, ni asistencia social gratuita, ni permisos de fin de semana-¦ sin idioma para decir «te quiero», sin brazos para estrechar en ellos a los que tanto le quisieron a él. Si no aprendemos que la democracia debe defenderse con uñas y dientes contra este tipo de ataques, porque en ella radica la libertad que da la igualdad ante la ley, si no lo aprendemos, la propia ley y la democracia serán pura filfa a merced de los caprichos partidistas y la demagogia banal que se tranquiliza con caras de enfado o desolación ante el crimen. Y habrá reuniones estúpidamente testimoniales con un individuo de la farándula que lea un discursito y grite aquello de «ETA kampora». Y la bestia seguirá riendo, y con razón, en sus cubiles, que suelen ser casas de vecinos más o menos normales.

«Salieron juntos del Tanatorioa, (¡Tanatorioa. Anda que, como idioma ancestral el batúa no tiene precio!)» Sí. Es un buen gesto testimonial, que jefes de los partidos mayoritarios salgan juntos a hacer declaraciones. Pero es más importante que los más brillantes de los partidos se sienten a estudiar una reforma legal que disuada al criminal de cometer sus acciones y, si no lo disuade, que cumpla la pena que se fijó para disuadirle. Al que comete crímenes especialmente execrables, quítesele la esperanza y si no se acaba el problema se acaba con uno de los que lo crean y mantienen. Así de simple. No nos importa que el asesino viva de nuestros impuestos en la cárcel. Lo preferimos allí antes que «reinsertado» y riéndose de todos. Y todos saldremos ganando. Y si no, nuestra democracia será como Pili la soltera: fea y gocha, escritora, feminista y tortillera.

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