Diario de León
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León

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EL GÉNERO epistolar ha decaído tanto en nuestra época que ya pertenece al género tonto. Los escritores del siglo pasado distribuían su horario de trabajo en dos partes absolutamente iguales: la destinada a la obra que iba a depararle la inmortalidad y la que destinaban a las confidencias amistosas, que por cierto tenía el mismo destino. No se entiende a Unamuno, ni a Juan Valera sin sus volúmenes de

, cuyos destinatarios éramos todos. Las cosas han variado mucho, siguiendo su destino que no es otro que el de cambiar, cuando cambian los tiempos. Ya nadie escribe cartas. Por eso es rarísimo que se sigan recibiendo.

Todas las cartas de amor se han puesto amarillas, pero ese destino lo comparten las pocas que se escriben ahora, cuyo objetivo único es poner verde a alguien. Verde o morado, que dicen que es el color del miedo, aunque se exagere esa tonalidad. Una cumplida remesa de cartas sospechosas ha desatado el temor, que andaba suelto, a un ataque biológico. El cartero siempre llama dos veces y ya llamó a las puertas del mundo el 11-S. En dieciséis embajadas de Estados Unidos europeas, incluida la de Madrid, han llegado misivas conteniendo un polvo que proviene de aquellos lodos. Al parecer son inocuos, pero cumplen su misión amenazadora. Hay una copla popular que formula un ruego emocionante y analfabeto: «No me mandes más cartas, que ya no sé leer, mándame a tu persona, que es lo que quiero ver». Los tiempos han avanzado tanto que no es improbable que sea posible matar por internet. «No hay noticias, buenas noticias», dicen los ingleses, si bien no todos. Cuidado con la correspondencia. Puede ser de un terrorista. O de la madre que lo parió, que no era partidaria del aborto.

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