Diario de León
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LAS ISLAS Galápagos son el destino favorito de los naturalistas, después de que Charles Darwin, hace 175 años, las abordase en el velero Beagle y le inspirasen la teoría de la evolución a partir de la selección natural. Sus islotes volcánicos que refugian iguanas marinas, tortugas elefantinas, cormoranes ápteros, pájaros bobos, piqueros, fragatas y pinzones de Darwin, especies mansas que no temen al hombre, en un Pacífico que bulle en langostas, bonitos y lobos marinos, son la meca del turismo verde, a bordo de pequeños cruceros que, desde la isla de Baltra, llegan a los puntos más lejanos como la isla Isabela.

Edward Taylor, un economista de la Universidad de California, ha estudiado la repercusión del ecoturismo en la economía isleña y en el frágil equilibrio de su sistema biológico. Entre 1999 y 2005, el archipiélago tuvo una tasa de incremento económico anual del diez por ciento, una de las mayores del mundo. El turismo supuso el 68% de este crecimiento. A pesar de esta bonanza, la renta per cápita solo se incrementó en un 1.8% anual, tras un colapso de la economía de Ecuador en 1999 y una llegada masiva de inmigrantes que aumentaron el censo de Galápagos en un 60%.

Esta bomba demográfica ha aumentado la presión sobre los recursos de agua dulce y proliferan vertederos incontrolados, foco de ratas, gatos y cerdos cimarrones que suponen un azote para los endemismos. En la Estación Biológica Charles Darwin se recogen las puestas de las tortugas gigantes y se mantienen en cautividad las crías durante un par de años, los necesarios para que el caparazón aguante el mordisco de un cochino, azote de estos mansos quelonios vegetarianos. La flota pesquera se ha duplicado y aumentan las capturas ilegales en zonas de reserva. Por cada tres turistas verdes más que llegan al parque nacional, ingresando unos 3.000 dólares en su economía, entra un nuevo inmigrante al edén de las iguanas, poniendo en riesgo el futuro de este frágil microcosmos.

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