La izquierda comunista
LAS DECLARACIONES de un sacerdote sobre la conversión de Antonio Gramsci al final de su vida han provocado un gran revuelo y, lógicamente, una cierta incredulidad entre los intelectuales de izquierda. Nada en la obra del pensador y político italiano permite confirmarlas. He revisado la antología que M. Sacristán realizó de los
y de las cartas a su esposa Julia, a su cuñada Tatiana y a sus dos hijos y no he visto, entre los varios escritos sobre religión, ninguna referencia favorable al catolicismo. Tampoco en una más amplia antología de textos de los Cuadernos veo nada en ese sentido. Sólo en alguna carta a su madre, creo que por Navidad, hay alguna alusión a esas fiestas, que entrañablemente evoca, recordando su niñez en su Cerdeña natal.
No creo que la conversión de Gramsci, ya muy enfermo, al catolicismo tenga mucha importancia histórica. Sí lo tienen sus ideas sobre el Estado y, especialmente, su teoría del partido y la revolución. La necesidad de lograr la hegemonía cultural como paso previo para la conquista del poder es algo que interiorizaron muy bien los partidos comunistas, después de las fallidas experiencias de la España republicana, el Chile de Allende, etc. El PCE tuvo, en sus orígenes, una actitud contraria a la religión y, durante la República, una política anticlerical muy beligerante, cuyas consecuencias fueron la persecución implacable a la Iglesia y la oposición radical de los católicos a dicha política, lo que en buena parte fue una de las principales causas de la Guerra Civil. Quizá por ello, durante el franquismo el PCE modificó su valoración sobre el papel de la religión. La política de reconciliación nacional y este nuevo cambio permitió, pienso que de forma honesta y no instrumental, un acercamiento del partido a sectores católicos que atrajeron a sus filas a muchos hijos del bando de los vencedores, como Carlos Comín, los padres Llanos y Díez Alegría y tantos otros entre los que me cuento. Fue en la lucha contra el franquismo y no en el pasado republicano donde el partido se legitimó, pues en buena parte sólo el sostuvo una lucha abierta y franca en defensa de un nuevo régimen democrático donde todos los españoles tuvieran cabida. El fracaso electoral a partir de 1978, históricamente injusto pero democráticamente legítimo, provocó una enorme desbandada y una crisis que se resolvió con la creación de Izquierda Unida.
En poco tiempo, la labor del PCE se vino abajo. IU, una coalición heteróclita a remolque del PSOE, ha seguido unos derroteros contrarios a la tradición labrada en la lucha contra el franquismo y ha vuelto por donde solía en época republicana. La ley de la memoria histórica, el anticlericalismo más casposo y el sectarismo han sido las claves que han llevado a dicha coalición, con el infausto Llamazares, a la inanidad. La pasada semana, los comunistas han vuelto a tomar las riendas de IU, bajo la dirección de Cayo Lara. En sus manos está rectificar esta política absurda. No sé si queda un lugar para los comunistas en nuestro sistema político; pero si es así, su presencia la justificará no el pasado sino la labor del presente, porque si no se toman medidas sociales y económicas ahora el futuro será dramático. Los desmanes del gobierno socialista están abriendo una brecha cada vez mayor entre ricos y pobres. Un partido comunista puede decir muchas cosas si rectifica y se plantea una oposición responsable y resuelta a dichas políticas. El nuevo secretario de CC.OO., Ignacio Fernández Toxo, puede serle de gran ayuda.