Diario de León
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León

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SE SUELE decir que no hay mal que por bien no venga, aunque se omita confesar que el mal es de mucha mayor cuantía. La crisis que nos embarga, incluso a los que ya estaban embargados, está obligando a muchos españoles a conocer España. Antes viajaban muy lejos, mientras más lejos mejor, ya que la finalidad del viaje era mandar postales a los queridos amigos que permanecían en sus casas, para que se fastidiaran con nuestros remotos abrazos. Esta temporada ha cambiado la cosa y en vez de irse a Cancún, a Tailandia o a la persistente República Dominicana, muchas personas no han tenido más remedio que conocer ciudades que les pillan más cerca y por las que jamás sintieron la menor curiosidad: Cáceres, Santiago de Compostela, Toledo, Granada...

El turismo interior está superando todas las expectativas. Millones de turistas nativos llenan los hoteles, desconcertando a los recepcionistas, que se extrañan de que haya tantos clientes que sepan hablar español. El caso es irse, aunque nadie pueda ponerle mucha distancia a su sombra, y puestos a irse hay que elegir un lugar que no esté demasiado lejos. El gran don Pío Baroja, que se definió en cierta ocasión como «hombre humilde y errante», confesó al final de sus días que ya no iba a ningún sitio desde el que no pudiera volver a su casa andando. Su consejo está siendo moderadamente seguido por muchos compatriotas. En la varia España, que es un país de distancias íntimas, tenemos sol, tenemos frío, tenemos lluvia y tenemos nieve, pero sobre todo tenemos miedo a gastarnos dinero. Nadie sabe dónde está, ni que extraños países visita, ni dónde decide quedarse a vivir hasta que escampe o hasta que pase el frío de los sótanos donde se refugia, donde nunca da el sol.

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