El primer mundo
VILLALOBAR, que sigue solitario como tú lo dejaste, continúa siendo un pueblo en el que el tiempo, enlagunado, transcurre de otra forma y, porque es Nochebuena, no lucen como estrellas cercanas los neones de todos los burdeles de mi calle-¦ Querida primera novia de todos: recordarte es encender una vela y casi un sueño ahora que vuelvo al pueblo, al primer mundo, a este rincón sin lógica suspendido en el vértice del tiempo cuyas únicas leyes infranqueables son la ironía y la familia-¦ Hoy regresamos todos -”Alfonso, Gaude, yo-¦-” para cenar amor y repasar la vida omitiendo tu nombre aunque, por supuesto, no olvidándolo-¦ Estés donde estés gracias por decirnos que no.
Villalobar entonces, cuando llegó a nosotros la adolescencia, que fue mucho antes de que la adolescencia llegara a nosotros, era un pequeño pueblo o resumen del mundo en el que todo lo recordable que nos sucedía fundaba algo; un comienzo eterno. En Nochebuena nos recluíamos cada uno con lo nuestro y con los nuestros. El silencio era un ramillete de secretos, de recuerdos, que teníamos en común. El tostadillo -”licor de uvas, y de dioses, y de adioses-” acentuaba la alegría y la nostalgia en la misma medida. Aullaba la pureza. El pueblo era el candor de lo que empieza-¦ Querida primera novia de todos: recordarte es volver y es cenar.
Empiezo a escribir esto ya borracho, lo confieso, sentado en el filo de la acera de esta calle en la que nací y en la que vivo de memoria. Hace frío pero los gatos lamen las estrellas. Espuma blanca de champán es el invierno. Brilla la expectativa. Todo tiene ya algo de rito mientras espero a que la cena esté lista, y la melancolía va haciéndose con todos mis sentidos porque me ha dado, amiga, por pensar en ti y por regresarte. Oh, musa del mundo cuyo cuerpo parecía un radar. Niña jazz. Novia furtiva con los traumas de la infancia escritos en tus maneras y esa fragilidad líquida y seductora en tus ojos de perdida. Amor primero. Quimera. Instante en el que descubrimos para siempre ese magnetismo femenino capaz de cambiar el curso de las cosas.
En efecto volver a Villalobar no es el presente sino la suma de todo. Oh, Villalobar, resumen exultante del mundo, dimensión desconocida como la ficción; como la mujer, es un pequeño pueblo que nos recuerda cada Nochebuena que estamos enamorados de fantasmas los cuales no son sino el reflejo de nuestra esencia verdadera-¦ Juego de espejos somos.
De hecho nada como un pueblo con noches azuladas casi de la luz de candil; nada como un lugar atávico donde los hombres duros como el mango de sus hachas inventan el nombre de sus hijos, y por eso aquí hay quien se llama Mógenes, Tides, Ligio, Batín, Tinina, Garcilaso, Delfín (uff, muy gorda la tuvo que armar Delfín, comentan aún las empleadas de la pasión efímera, para que le echaran del cuerpo de policía-¦). Sí, Villalobar es la imaginación, esa especia que los narradores estamos esparciendo por el mundo.
Vuelvo a Villalobar, el primer mundo, porque digo Gaude, digo Alfonso y en tu nombre recordamos que hay personas que hacen nido en nuestro corazón y, por eso, cuando hacemos memoria su ausencia se convierte en un convenio que hemos firmado con los buenos tiempos.
Oh, querida primera novia de todos que te fuiste despacio como si el polvo fuera nieve que recoge, en relieve, las huellas de la huída: en este monumento repetido al amor consumista que se ha vuelto la Nochebuena nosotros, abrazados como si aún fuéramos los mismos, rezamos la oración que protege a las putas solitarias solamente en tu honor.
Que la luna te alumbre.
Que la vida te trate dignamente.