Diario de León
Publicado por
Lourdes Pérez
León

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UNA VEZ confirmado que pensaba agotar su tercer mandato, el lendakari apenas tenía margen para obtener algún rédito de la competencia intransferible que le permite fijar la fecha de las elecciones vascas. Pero incluso así, Juan José Ibarretxe ha vuelto a encontrar la vía para ser fiel a sí mismo, enviando un nítido mensaje a sus contrincantes y a sus compañeros de partido sobre su determinación de seguir adoptando las decisiones que atañen a su gobierno y cuando él las considere oportunas.

En el fondo, el 1 de marzo era la fecha más previsible para que el inquilino de Ajuria llamara a acudir a las urnas. Y lo era, precisamente, porque casi todo el mundo había descartado ese domingo como jornada electoral en Euskadi por su coincidencia con los comicios en Galicia, lo que ha convertido al presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, en sufridor indirecto de esa querencia tan singular de Ibarretxe a hacer todo aquello que no se espera de ningún otro político al uso.

Una tendencia a transformar lo impredecible en predecible que Ibarretxe ha ido depurando a lo largo de sus diez años al frente del Gobierno vasco, en paralelo a la renuncia a afrontar los problemas del país asumiendo las propias limitaciones y la necesidad, por ello, de ampliar los consensos disponibles.

Es probable que con su comparecencia en un día tan atípico como el 2 de enero y con su decisión de celebrar las elecciones en la jornada de marzo menos aparente el lendakari haya logrado, por enésima vez, desconcertar a sus adversarios y también a parte de quienes le arropan. Incluso que haya conseguido revestir la convocatoria como una iniciativa inspirada por el cálculo político, al presentarla como una maniobra verosímil para cortocircuitar el eventual «efecto arrastre» que podría ejercer la consolidación del triunfo electoral de los socialistas en Galicia sobre las opciones de Patxi López de arrebatarle el poder.

A lo largo de la última década, la oposición en Euskadi ha tenido la contraproducente propensión a minusvalorar o trivializar tanto la resistente frialdad con que Ibarretxe se conduce, como su peculiar y duradero influjo en el electorado. Pero la pertinaz inclinación del lendakari a abandonar el carril de lo esperable y a hacer de ello una estrategia lleva a sospechar que es la improvisación la que está saliendo desde hace tiempo al paso de las dificultades.

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