Diario de León

Los hombres felices de la lotería

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León

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ME ALEGRA infinito que la Lotería de la Navidad haya tocado a mucha gente. Cuanta más, mejor. La lotería, en tiempo de crisis galopante es un medio terapéutico para espantar los males de la naturaleza humana. Y a la puerta de una tienda en la que se vende suerte y naturalmente dinero, porque sin dinero no hay suerte que valga, centenares, miles de seres, por la apariencia más bien de la clase o casta media y baja, se congratulaban con grandes aspavientos y saltos, extendiendo los brazos que portaban el papel que garantizaba que esta vez la Providencia se apiadó de los infelices y les ha tocado la lotería a los que de verdad lo necesitaban.

Yo también ando a las cuatro menos veinte, que es hora para los desguarnecidos, pero a mí no me ha tocado y continuaré durante todo el tiempo que dure la crisis, o trabajando si la suerte no nos abandona del todo o pidiendo una caridad o acudiendo a uno de esos lugares en donde incluso en nombre de Alá se nos sirve una sopa fría. Porque Dios aprieta y Alá no menos, pero no ahogan.

Y todo es cuestión de esperar la próxima. Me apresuro a esclarecer alguna contradicción de la Lotería esta que tantas ilusiones origina y repito a los portadores de un décimo premiado, que es como si portaran un certificado de valores eternos, que la Lotería no lo es todo y que incluso consiguiendo un premio insuperable no acaba el ser humano por dar con la felicidad.

Porque aunque se dice que la felicidad no es fruto del compradazgo con la Lotería, lo cierto es que al afortunado que le corresponde un buen pellizco en el reparto le proporciona una dosis generosa de felicidad.

Yo no he conseguido ser feliz todo lo que desearía y merecería, porque nunca me ha tocado la lotería. La vez en la que estuve más próximo fue un año en el que me dieron la noticia por teléfono del número en el cual yo jugaba. Y ciertamente me puse muy contento y pensé que al final había conseguido dominar a la suerte esquiva.

Lo que sucedió fue que al regresar a casa y solicitar la comprobación de mi afortunada jugada, se me comunicó, con una cara de tristeza, que daba pena, que se habían confundido al transmitirme la noticia y que ni había premio ni yo tenía argumentos nuevos para continuar infeliz de casi todo.

Se decía en mis tiempos de zagal afortunado, que en España los más fáciles recursos para salir de pobre eran: la Lotería naturalmente, la acción de banderillero en una corrida de caridad y la presentación de candidatura para alcanzar un puesto en el Municipio.

Algunos estadistas contables de los que han seguido desde tiempos inmemoriales la ruta del Premio de la Lotería, aseguran que no hay acción más rauda ni afortunado más contento que aquel que pasa de ser un desgraciado total a ser un «agraciado» en Navidad.

Lo que sucede al final de la parábola es que la Lotería no toca más que a los ricos y los pobres siguen dando saltos ante una promesa mísera de alcanzar el título de agraciado.

El que suscribe, que no lo ha conseguido en los muchos años dedicados a perseguir la suerte, quiere ofrecer a los afortunados su felicitación y su deseo de que su premio haya sido tan cuantioso como si le hubieran nombrado alcalde de su pueblo. Y para todos, mis mejores deseos de felicidad.

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