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Publicado por
León

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NUNCA PENSÉ que escribir sobre un amigo fuera tan complicado. Pero voy a hacerlo como si aún todos fuéramos inmaculados y pasando del resentimiento, la envidia y la ignorancia que algunos destilan. Voy a hablar como tú siempre me dices, pensando que no son tantos los que tienen el alma ortigada por la intranscendencia. Llegaste con toda tu inocencia a un lugar carcomido por el polvo de la irrelevancia, a una ciudad a la que incluso la decandencia le queda grande, y desplegaste en ella la luz de la transgresión. ¡Qué atrevimiento! Con la de prohombres del panpringao que llevaban años esperando y, de repente, tú dices que no, que nada de Picassos, que ni hablar del Dau al Set o de Juan Gris, que tu concepto artístico pasa por coleccionar el presente y que antes que el historicismo está la democracia cultural. Y claro, ya se sabe que hay algunos que se creen más iguales que otros, y los voceros de la cultura de la endogamia aún no se recuperan y siguen tragando bilis, pero eso es otra historia. Estos días han hablado de ti para felicitarte, pero no demasiado. La ingratitud de los miserables es un gran premio y Goriot tiene demasiados vástagos. Te has ido como llegaste, suave, como los boleros de Elena Burke, y sonriendo, como la niña del poema de Ángel González, despacio, te has ido mientras te quedabas, como los regalos que hacemos y que siempre regresan un poco. «Quien no se mueve, se muere», dices, y tú te vas, aunque lo haces como si no, intenso como el amor que pasa, que es al final el único que perdura. Y cuando pienso en ti me siento igual que al mirar las alucinaciones mágicas de Ellen Kooi, fascinada y golpeada por la nostalgia, o los poemas visuales de Jesper Just. Ya sabes Rafa, sólo se pierde lo que se ama.