A medio gas
QUE NADIE pregunte, como Francois Villon, ¿dónde están las nieves de antaño? Están todas aquí. Nunca sabemos
si las crisis traen el frío o el frío determina la crisis, pero el caso es que hemos pasado de la escarcha, que nos dejaba su correspondencia transparente en los cristales de la ventana, a un desolador panorama ultranavideño. ¿Por qué no se queda la nieve a vivir en las postales? Tampoco es necesario preguntárselo: Rusia es culpable. Eso de cortarle el gas a Europa es una forma de hacer la guerra, aunque la muy desigual entre Israel y Palestina sea más rotunda, porque allí es a todo gas.
E
n Málaga hace frío hasta en la calle. Una prueba de la globalización es que Putin, que no sabe que Picasso nació en la Plaza de la Merced, ha extendido la guerra del gas con Ucrania cortando el suministro a media Europa. El que llega aquí se cuela por las rendijas de muchos países traqueteados donde las puertas no encajan bien. La paciencia de Bruselas, que es una virtud obligatoria, se ha rebasado, pero a Moscú no le importa. El «general invierno» sigue siendo leal y hay cuatro países -Hungría, Bulgaria, Rumanía y Eslovaquia- que están cercados. Otros diecisiete están padeciendo temperaturas que desagradan incluso a los osos polares. Menos mal que España no recibe gas ruso, ya que si dependiésemos de él se nos caían los mocos, además de los palos del sombrajo. Los presidentes de las empresas de gas rusas y ucranianas van a reunirse, con bufandas, para intentar un acuerdo. Son los mariscales de campo de una batalla que no exige bombardeos. La contienda sólo reclama que haya muchos muertos de frío, en número suficiente para que alguien salga pidiendo la paz con bandera blanca. Tan blanca como la nieve