TRIBUNA | MANUEL ALONSO PÉREZ
La crisis la trae el progreso
EL OTRO día escribí sobre la Democracia española actual, que casi todos queremos, pero que a veces abusamos de la libertad, creyendo que todo está permitido y pensamos erróneamente que tenemos derecho a casi todo sin dar a cambio casi nada.
De ahí han venido los casos de corrupción, consumo de drogas y alcohol, promiscuidad sexual, violencia de género, etc., por eso afirmaba que había que hacer cumplir la condena total a todos los delincuentes de delitos importantes. Sin embargo los únicos que las cumplen enteras son, casi siempre, los que robaron una gallina para matar el hambre o cuatro calcetines y dos camisas en unos grandes almacenes.
Los tiempos han evolucionado con una velocidad tan vertiginosa que lo que antes parecía un lujo tenerlo, hoy no solo lo tenemos todos, sino que el más pobre de ahora consigue mejor las cosas que desea que los ricos de antes. Verdad es, que hay personas sin trabajo, sin techo y con muchas carencias, pero la mayoría de esta gente vive así porque les gusta poco el trabajo y sí la vida bohemia. Es más difícil ver un transeúnte sin techo y haraposo sin fumar cigarrillos continuamente y trasegando sin parar cartones de vino que verle apesadumbrado. Es más cómodo estar sentado al sol todo el día, exigiendo, más que pidiendo, limosna a los que pasan por su lado. Todavía hay pueblos escondidos en nuestra geografía donde residen de forma precaria mucha gente que ha preferido seguir malviviendo en el pueblecito que le vio nacer a ir a buscar otra vida en las grandes ciudades. A veces solo tienen una casita medio en ruinas, un pequeño huerto donde cultivan unas pocas berzas, lechugas y tomates y una minúscula pensión del estado y fuman y beben menos que los anteriores. Cuando se tiene poco y se desconoce el vicio consumista de las ciudades, no se desea demasiado.
Hace cien años la esperanza de vida era la mitad de la que hoy se alcanza. Las enfermedades eran muy difíciles de combatir, pues no había antibióticos, vacunas, ni cirugía avanzada, por lo que casi siempre la enfermedad acababa con el enfermo.
Todavía no existían los aviones y los transportes terrestres se hacían por malos caminos acarreados por animales. Algo más tarde llego el tren. Los labradores trabajaban de sol a sol pues no se conocían los tractores, las cosechadoras ni otras máquinas modernas, que con menos obreros consiguen mejor producción y acaban la recolección en 15 días, no en un largo verano como antes.
Todo lo digerible se consumía, y en poco tiempo, cuando eran alimentos perecederos. Hoy hay grandes multinacionales que envasan o los congelan. Se crean nuevos alimentos exquisitos que nos agradan el paladar, pero que si no controlamos su consumo conducen a la obesidad y a tener el colesterol alto.
Las casas tienen más comodidades gracias a los electrodomésticos. Estamos informados al minuto de lo que ocurre en el mundo gracias a la radio y a la televisión. Últimamente el ordenador, los móviles y el Internet están revolucionando el mundo de tal forma, que los que peinamos canas no pensábamos en nuestra juventud que podría ocurrir este milagro.
Pues este milagro es lo que produce la crisis mundial. El hombre primitivo para llegar a descubrir los metales o la rueda tuvo que emplear miles de años. Hoy, gracias a la herencia recibida de nuestros antepasados, la ciencia actual descubre en pocos años inventos insospechados.
Lo más chocante es que algunas personas cultas de antes, como no se hayan reciclado, se han convertido en «incultas», pues no toda la gente se acostumbra a manejar el «ratón», poner mensajes en los móviles o navegar por Internet. Yo soy uno de ellos, después de enseñar 40 años la ortografía y el sistema de Pitágoras en la escuela, ahora de jubilado escribo esta tribuna en una vieja máquina de escribir (al estilo Crémer), uso el móvil por imposición familiar y no navego por Internet porque temo naufragar. Sin embargo los alumnos que tuve que suspender alguna vez porque no había forma de que aprendieran los verbos, hoy manejan estos instrumentos a la perfección.
En el mundo habitan dos clases de personas. Unos viven en el desarrollado y otros en el llamado tercer mundo. Si los ricos dieran la mitad a los pobres no habría problemas, pero eso es una utopía, que ya predicó Jesucristo hace 2000 años. Querer que funcione bien este Paraíso habitable es muy difícil, pues todavía no se ha inventado el aparato contra la envidia y la ambición,
Me importa un comino saber como funcionan los grandes bancos, las multinacionales, el petróleo, la energía nuclear y como cocinar el cocido maragato. Lo que sí se, es que nadie quiere apretarse el cinturón cuando haga falta, y eso es porque en la actualidad tenemos demasiadas comodidades y, es más fácil pedir reivindicaciones a los Gobiernos que sacrificarse.
Os aseguro que donde menos crisis hay es en los lugares más escondidos de la tierra, donde no han llegado todavía nuestros grandes inventos. Para ellos la mejor riqueza es ver todos los días la luz del sol y tener alguna tarea que hacer.