Diario de León

LA ASPILLERA | VICENTE PUEYO

Banco de Pensadores

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León

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LO MALO del Banco de Pensadores recién creado por la Junta es lo de «banco». Si su negocio es el de pensar, va camino de la ruina: nadie necesita un préstamo de ese tipo. Al personal de base, a la clase de tropa se le encienden los ojos en plena noche de tanto pensar. Últimamente hay miles de multimillonarios en pensamientos, en cavilaciones de lo más simple y crudo: «cómo llego a fin de mes, cómo hago frente a la maldita hipoteca que en mala hora contraté, cómo encuentro un nuevo empleo, cómo afronto este fuego cruzado de impuestos, cómo doy de comer a esta prole voraz...». Habrá que pedir disculpas por la boutade, ya sé que no se trata de eso, que esa iniciativa -intrépida, eso sí- está probablemente llena de buenas intenciones, pero lo de banco chirría en estos días que corren. Podían haberlo dejado en Consejo de Sabios (los que aconsejan porque saben).

De repente alguien parece haber caído en la cuenta de que, después de 30 años de Estado de las autonomías, sería bueno reflexionar sobre a dónde nos lleva una descentralización «sin límites». A buenas horas, mangas verdes. Los beneficios, las virtudes de este modelo que aceptamos entre todos, y que propició una larga etapa de estabilidad y fue un revulsivo social fecundo y esperanzador, se han ido diluyendo y hoy día estamos lejos de poder decir que impera el e

quilibrio, la solidaridad y eso que llamaban (hace tiempo que no se escucha el concepto) «justicia distributiva» entre las diferentes comunidades. Se ha ido mucho más lejos de lo que sería razonable y cualquiera que siguiera de cerca los debates preconstitucionales que condujeron a este nuevo y audaz modelo territorial reconocerá que el actual panorama no tiene mucho que ver con el que se delineó en aquellos días. La ley se ha plegado demasiadas veces en los últimos años a la presión de los nacionalismos de turno que, en no pocas ocasiones, y en la impunidad más absoluta, han convertido y convierten el chantaje político en su bandera ideológica. La machacona y hasta ridícula exacerbación de «lo diferente», la inacción del Gobierno central a la hora de marcar las lindes que el sentido común decía que no debían de ser traspasadas, la absurda multiplicación-amontonamiento de competencias que obligan a auténticos encajes de bolillos a la hora de atender necesidades que no entienden de fronterillas, los diferentes raseros en materia de fiscalidad en razón a derechos «seculares», las irracionalidades y abusos en materia de lengua...

No cabe duda de que nuestros pensadores tienen materia. Pero quizá pudieran empezar por reflexionar sobre si es razonable o si es una paranoia de nuevos ricos tener (y pagar) 86.000 concejales, cerca de 9.000 alcaldes, diecisiete presidentes de autonomías con su correspondientes cortes de consejeros y adláteres, casi 1.600 parlamentarios autonómicos, 350 diputados, 300 senadores, 200 parlamentarios en Estrasburgo, una Casa Real cada vez más poblada, una veintena de ministros, una legión de directores generales, de asesores... ¿Quién dijo crisis? No hay otro país, nación, o lo que sea, que resista algo semejante. Sí, váyanse al laboratorio de ideas y aconséjennos algo coherente, si saben, si se atreven.

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