Diario de León

A ESGAYA | EMILIO GANCEDO

¿Mío, o de todos?

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LO PRIMERO que habría que haber hecho, en el mismo momento de quedar establecidas las diferentes televisiones autonómicas, tendría que haber sido asegurar su perfecta recepción -"la de cada una de ellas-" en todo el territorio nacional. Por muchas razones: en primer lugar, porque también son televisiones públicas que pagamos el conjunto de los ciudadanos, razón por la cual todos nosotros tendríamos el mismo derecho a disfrutar de ellas. En ese sentido son perfectamente equiparables a Televisión Española, ni más ni menos.

En segundo lugar porque de esa manera se evitarían las suspicacias, búsqueda de antagonismos, intereses extra-comunicativos y dobles intenciones que muchas veces caracterizan a estas televisiones. Si sus programadores e ideólogos diseñaran sus espacios y contenidos pensando en que van a ser vistos en todo el país, la cosa cambiaría mucho. Por otro lado, en el caso de que la difusión de estos medios de comunicación fuera completamente general, se ampliarían en la misma medida sus posibilidades de financiación, que es, con mucho, el principal problema (junto al sectarismo) de este tipo de cadenas. Pero hay una razón más interesante, más inmediata, más inteligente incluso: la de que, sencillamente, nos interesa lo que cuentan, hablan de zonas que obviamente nos importan puesto que también forman parte de esta comunidad de intereses y sentimientos que llamamos España. He aquí el fallo de aquellos años: permitir que se creasen

comunicativos y abrir el camino a la desconfianza por parte del resto de ciudadanos. Mi lengua, además del castellano, también es, debería serlo, el catalán. Y el gallego. Y el euskera. Por lo menos deberíamos sentirlas como, en parte, propias, estudiar su literatura, no verlas como enemigos, como cosa extraña, ajena. Ésta es la manera de desactivar el nacionalismo excluyente. ¡Cómo no voy yo a sentirme orgulloso de conservar, en mi país, la lengua más antigua de Europa, ese auténtico monumento lingüístico que es el euskera! Qué falta de imaginación. Y qué falta de curiosidad.

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