Este frío congela hasta los sueldos
«LA NOCHE de Buenos Aires, lírica siempre, promueve el amor y la delincuencia en la misma medida» escribió Jorge Luis Borges. Y en este mismo sentido a veces creo que el frío de León es también un ambivalente generador de poesía no sólo porque constituye una invitación al recogimiento y al intimismo; también porque este frío promueve la adicción a los abrazos y al orujo en la misma medida.
Sí, el frío hace de nuestra piel corteza de roble; este frío duro y vivificante que convierte a los niños en hombres y a las heridas en cicatrices, el cual me hace confesar que -por decírtelo con el títu
lo de un hermoso poemario de Julio Llamazares- son «memoria de la nieve» mis huellas, mi fe, mi infancia y toda mi adolescencia-¦ Cuando la nieve empezó a cuajar tú apareciste.
Detesto el frío pero gracias a sus caricias de papel albal ahora de nuevo el mundo interior y el mundo exterior se reúnen dentro de mí y se hacen poesía, pues la poesía tiene como uno de sus principios precisamente ése: un ser humano perdido en los misterios de su cuerpo es quien te escribe; un ser humano a la intemperie haciendo frente al frío de la existencia al propiciar con su escritura la reunión de las conciencias y el no menos decisivo encuentro de los cuerpos-¦
No hay heridas posibles en los cuerpos que se aman para contrarrestar este frío.
Tú cada noche me regalas un pijama de franela-¦
Por eso ahora, en pleno invierno, mientras el viento helado en la cara nos obliga a besarnos como alegres sedientos, y mientras que ese mismo viento esparce por la ciudad nuestros pensamientos, uno siempre vuelve a su amante y vuelve a
la poesía para renovar así el ámbito de la percepción, para interactuar y sobretodo para recuperar energía.
El frío es una forma cíclica de volver a ti.
Hoy que el cielo parece una plancha de hormigón porque de nuevo amenaza la nieve, vuelvo a ese cuerpo tuyo fascinante y peligroso como todo lo que arde sin humo. Y lo hago así, desnudo pero armado, para reivindicar con hechos el frío de León como energía vital pues para nada considero cierto ese aforismo de Wallece Stevens que dice que «el amor es una enfermedad tropical».
Oh, tú instruyes mi corazón, canción, emoción morena.
Tú estás en medio del frío como una cruz en el mapa que nos ayuda a no olvidar de dónde venimos estemos donde estemos.
Y es que el tiempo debe de haberse enamorado de ti, gitana guapa, y por eso pareces un retrato inmortal de ti misma en medio de la Calle Ancha mientras me esperas así, como se espera en León: con los pies helados, y un flexo e
ncendido en el fondo del corazón.
Oh, aquí, gracias a Gamoneda, a Julio Llamazares y a las glaciaciones poesía y frío son sinónimos entendiendo por frío esa resaca de todo lo vivido, esa dosis de misterio que nos cala hasta los huesos y se graba en las piedras y en las cosas, ese cielo limpio y amenazante de otro invierno que nos retrotrae el frío de la infancia como para que nos preguntemos de nuevo si un recuerdo es algo que tenemos o algo que hemos perdido.
El frío de León nos llena de ropas e inhibiciones y eso obliga a unir al acto de la contemplación el don de la imaginación pero, a su vez, así entendemos la desnudez como algo radical-¦
La poesía, como el amor, es un acto de desnudez extremo. Desnudarse en esta tierra trasciende a los deseos acompasados y tiene un plus de heroicidad. El frío de León ahuyenta a los exhibicionistas, sí, pero cura y conserva a los amantes y a las piezas de cecina en una dualidad suculenta y profundamente humana como todo lo poético; lo eterno.
Brilla lo de siempre-¦ Sí, regresa el frío, amor, y yo regreso a ti. Venir a verte es como venir al mundo.