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Publicado por
León

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CON EL coste oficial del dinero a la baja (teóricamente, oxígeno para la inversión) y una inflación ya por debajo del 1,5 % (teóricamente oxígeno para el consumo), la economía nacional camina hacia la deflación. Es decir, hacia el exceso de oferta en bienes y servicios que nadie compra. Ese minuto y resultado de la situación económica no refleja el drama social visualizado en la cola del paro, o en la última encuesta del CIS, que lo sitúa en la primera de las preocupaciones de los españoles. Es una lástima que el optimismo incurable de Rodríguez Zapatero no haya servido para crear puestos de trabajo. Tampoco el pesimismo interesado de Mariano Rajoy pero al menos debemos a su discurso el hallazgo retórico que consiste en referirse a la depresión económica como «depresión social». No hablemos de deflación, falta de liquidez, crisis de confianza en los mercados o el resto de tecnicismos que hacen al caso. Hablemos del hachazo a la autoestima del hombre o la mujer que de la noche a la mañana recibe una carta de despido porque su prestación laboral ha dejado de ser necesaria. Es el precursor de todos los males a escala individual, familiar y social.

Lo desalentador es que los indicadores siguen marcando una tendencia indiscutible hacia el empeoramiento. Un consuelo: estamos mejor que dentro de un mes, en vísperas de las elecciones autonómicas de Galicia y el País Vasco, convocadas para el 1 de marzo. Lo que nos faltaba para que además, desde las instancias políticas, el mensaje y los mensajeros contaminen aún más un debate nacional ya de por sí bastante irrespirable. Esa inoportuna irrupción de las claves electorales en el debate sobre la situación económica explica, por ejemplo, la calma con la que el presidente del Gobierno, se ha tomado su deber de acudir cuanto antes al Congreso para rendir cuentas y contarnos sus planes para afrontar las consecuencias de las malas noticias que no cesan. La fijación de su comparecencia para el día 10 de febrero ha sido posible gracias a un sobrevenido cambio de posición de los nacionalistas catalanes. Por una razón muy simple: CiU y ERC no están en campaña. Así, han tenido a bien echarle una mano a Zapatero, convencido de que para esa fecha ya podrá ofrecer datos más concretos sobre los efectos beneficiosos -también sobre los votantes gallegos y vascos- de la movilización de 8.000 millones de pesetas para frenar la destrucción de puestos de trabajo en los ámbitos municipales y a las pequeñas empresas. De nuevo el optimismo incurable del presidente, cuyo efecto placebo también tiende a desaparecer.