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CRÉMER CONTRA CRÉMER | VICTORIANO CRÉMER

La misa de doce

Publicado por
León

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LA MISA dominical de doce era incuestionablemente el acto más emblemático de lo que cada uno era en el poblado.

Se podía aparecer más o menos afiliado al grupo conservador o sujeto a la disciplina del partido liberal, pero la misa de doce no se podía desarraigar no ya de las costumbres heredades sino de una especie como de condición adquirida desde la nacencia y el bautismo hasta la muerte.

Y el español de cualquiera de sus diversos territorios, andaluces, castellanos, catalanes o valencianos asistía los domingos a misa, unas veces en la compañía siempre obligada de la esposa y otras adelantando la cita con los niños.

En España, se extendía que cabía ser ateo gracias a Dios y que muy bien cabía la extravagancia de este o de aquel vecino que siendo un liberaloto de la cáscara amarga, no perdía una misa.

Y se empeñaba en explicar el fenómeno, asegurando que pese a todo, él no cedía de su condición de ciudadano español dotado de todas las características que hasta hecho de este espécimen humano, un motivo de estudio científico.

Lo que ya no encajaba en el programa teológico del común era lo de intentar convencer a quien dialogaba con él que se podía permanecer como se era desde los principios hasta el fin de todos sus días, sin incurrir en ninguna forma de heregía.

El ser de una o de otra forma de entender la religión y sus condicionamientos era en resumidas cuentas cuestión biológica: se nacía catalán si el parto se producía en territorio español, como se adquiría la consideración de islámico de los de Alá y Mahoma, si el suceso se producía en Túnez o en Casablanca.

Con motivo de la realmente visita del papa Benedicto XVI a la Ciudad de Valencia para reanudar la catequesis sobre la Familia y consecuentemente sobre el matrimonio ineludible, se produjo un suceso que de alguna manera cubrió una parte muy importante e intensa de los actos programados: El señor presidente del Gobierno de España, no acudió a la misa solemne que el padre santo de Roma celebraba. Y este hecho produjo escándalo.

Y digo yo, con perdón, que conviene que cada vez que se produce un hecho de análoga trascendencia, sea este religioso, político, cultural o social, se permita que el personal acuda o no a los actos programados y diría que hasta incluso convendría que el ciudadano, democráticamente pudiera producirse de acuerdo no ya con sus vocaciones heredadas, sino con las exigencias del protocolo.

Un hombre público, aparte las obligaciones inherentes a su condición política, no debe convertirse en un adorno institucional, ni en una religión, sea esta la que fuera, en una leyenda de obligado cumplimiento. Existe una forma de cumplir con la ortodoxia político-social frente a exigencias de grado mayor, que es la correcta comunicación entre seres civilizados y libres.

Y conste que no me siento en nada obligado a defender la ausencia del presidente de la misa general en favor de la especial doctrina de la Familia, sino que intento una interpretación correcta del espíritu de libertad que debe ser derivación de la libertad.

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