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CON VIENTO FRESCO | JOSÉ A. BALBOA DE PAZ

La edad de la inocencia

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León

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VIVIMOS en una realidad virtual en la que los problemas se mistifican y ocultan, como si no existieran. Los medios, con mucha frecuencia, no son capaces de traspasar la cortina opaca que oculta la realidad, cuando no son ellos quienes contribuyen a tal opacidad. De pronto en el remanso idílico de la política, se levantan voces, algunas estridentes, que indican que en el mar de aceite surgen marejadas profundas que llegan a la superficie; entonces nos enteramos de que, abajo, en el piélago ignoto, algo ocurre. Podría hablar de cualquier sitio pero hablo de León, de su ayuntamiento, que la pasada semana se ha visto sacudido por luchas internas cainitas, por la satanización del discrepante. Todo por privatizar el servicio municipal de aguas que el alcalde, en las elecciones, se comprometió a no hacer. Se me ocurren tres reflexiones.

La primera se refiere al fondo que, a estas alturas, cuando ha salido a la luz, ya no es importante. No es ninguna novedad lo ocurrido pues sucede hasta en las mejores familias. El ayuntamiento, endeudado hasta las cejas, en una situación de depresión económica, no ve otra solución que la privatización de servicios para enjugar el déficit o simplemente para ir tirando mientras escampa. La privatización 49% del servicio del aguas enfrenta al alcalde con la concejala de Medio Ambiente, Humildad Rodríguez Otero. Ante la negativa de ésta a aceptar tal privatización, aquél la destituye, mientras esta denuncia sólo es una maniobra ante su dimisión irrevocable. No entro en el fondo del problema, de si las privatizaciones son buenas o malas, si encaren los servicios o los hacen más eficientes. Entiendo la postura del alcalde: lo exige la situación de quiebra del ayuntamiento; pero entiendo mejor la de Humildad.

La segunda reflexión se refiere a las formas, no al juego de palabras dimisión/ destitución, sino a cómo se llevó

a cabo y, lo insólito que resulta hoy día discrepar. El dicho evangélico se interpreta de este modo: quien no está conmigo (con el partido, pantalla que oculta los intereses muchas veces mezquinos de los dos o tres que lo controlan por ocupar cargos públicos) está contra mí. No hay términos medios. No hay discusión posible; lo peor es que el discrepante, cuando se trata de un cargo público, ve cómo los demás lo abandonan como si fuera un apestado. A Humildad la han acusado de una mala gestión en el concurso de concesión del servicio de Jardines y Obras, pero todo el mundo sabe que esa no es la razón del enfrentamiento, sino su negativa a la privatización del agua; y que por ello se ataca a su honorabilidad.

La tercera reflexión es, si cabe, más importante, porque afecta a la persona. Humildad pudo perder la confianza del alcalde y, por tanto, la concejalía de Medio Ambiente, pero no pierde su condición de concejal. La mayoría persiste en la corporación porque no tienen otro oficio del que vivir, o lo odian hasta el punto de someterse a una fidelidad perruna antes de volver a él. Humildad ha dejado su cargo porque es libre y le gusta su profesión: profesora de la Universidad de León. Hace años que no hablo con ella (conozco su obra, especialmente su tesis sobre los Ancares, que he ma

nejado con frecuencia), por lo que no puedo decir nada de su persona, sólo que su actitud me ha parecido muy digna por coherente. Su ejemplo no cundirá porque, cuando se vive del partido o por el partido, no hay libertad y, por tanto, la coherencia de los políticos brilla por su ausencia. En algún momento todos hemos perdido, por parecidas razones, la inocencia.

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