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EL MIRADOR | FERNANDO JÁUREGUI

Ahora sólo hay que cambiar España

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«AHORA, solamente queremos cambiar el mundo». Una frase que se ha hecho célebre y que ha venido muy al caso para que tantos comentaristas se refiriesen, casi siempre por cierto en términos elogiosos, al discurso de toma de posesión de Obama. Porque fue un discurso rupturista, mezclando de manera afortunada postulados de la izquierda y la derecha, pero sin nada que ver con el pasado que representa un Bush al que todos han visto marchar con alivio.

«El mundo ha cambiado y todos debemos cambiar con él», dijo el nuevo presidente norteamericano, que ha anunciado ya serias reformas y una ruptura con mucho de lo que se ha venido haciendo hasta ahora. Tiene que pisar el acelerador para hacer esos cambios, aprovechando el benéfico influjo de su llegada y que ahora los que se niegan a las transformaciones se verán forzados a ser mucho más benévolos con él. Ya no basta con diagnosticar la crisis. Y menos aún basta con reconocer que las recetas que los gobiernos podrían ofrecer se han agotado; es más o menos lo que hizo recientemente el vicepresidente económico español, que ni ha matizado sus palabras ni ha anunciado su dimisión una vez que admite carecer de soluciones.

Nunca he sido partidario de las soluciones drásticas y no meditadas suficientemente: los cambios, con gaseosa. Pero qué duda cabe de que ahora, en sintonía con el refrescante discurso de Barack Obama, se imponen giros radicales en el modo de hacer de las políticas globales...y en las internas de cada nación. Si ha de imponerse un sistema que sustituya gradualmente al inservible de Bretton Woods, qué duda cabe de que son rostros nuevos, con ideas nuevas, los que han de aplicarlo. Especialmente, insisto, cuando los que están instalados se sienten con las manos atadas y ya sin iniciativas inéditas. Claro que no hablamos solamente de caras nuevas, por más que ya hemos visto, con el «fenómeno Obama», la importancia que gente de refresco, que llega desde otros planteamientos, puede tener a la hora de suscitar la confianza de los electores y de los ciudadanos en general. Me refiero a un cambio general de actitud por parte de quienes se han responsabilizado de la gobernación política y de los diversos timones económicos: una cultura ligada al «pelotazo», al individualismo más egoísta, a la politiquería más bellaca, ha de dar paso a planteamientos nuevos, más igualitarios. Y a la creencia de que, lo que parecía imposible, es, en el fondo, posible, como creo que acertadamente dijo Obama. Hemos entrado en la etapa de la utopía, lo que no tiene por qué ser necesariamente malo si la utopía es, paradójicamente, lo más realista que nos cabe desear. Usted y yo sin duda hemos comentado tantas veces con amigos y compañeros la necesidad de ese cambio, a escala española, en los planteamientos que están vigentes hasta el momento. Personalmente, siempre pensé en la conveniencia de un entendimiento, en la hora de la crisis, entre las grandes formaciones políticas, para encarar conjuntam ente las soluciones posibles. En Alemania, la Idea se llamó gobierno de gran coalición, pero podría también circunscribirse a un pacto de altura entre los partidos, con duración y alcance limitados.

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