Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER | VICTORIANO CRÉMER

El hambre y las ganas de comer

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VICTORIANO CRÉMER
León

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NO ME ATREVERÍA nunca a afirmarlo, pero me parece que algo y aún mucho debe tener que ver, el hambre y las ganas de comer, porque en este lugar de nuestro encantamiento, cuanto más necesidad registramos en nuestras dietas, más se nos imponen las ganas de funcionar en artes y oficios que, por cierto, parecen reñirse entre sí. Se decía desde los tiempos clásicos que para tener las ideas claras y el corazón a punto es, debe ser imprescindible tener ideas claras, repito, y espíritu alerta, de tal modo que desde los tiempos de Rimbaud y de María Castaña, el término de poeta tenía la significación de hambreado o lo que resultaba más alertador contar con el título de maestro de escuela.

De ahí se deriva la sentencia de tener más hambre que un maestro de Escuela. Luego, cuando los maestros fueron venciendo a las necesidades propias de su condición, comenzó la gente más o menos docta por reclamar y ocupar el puesto intelectual que, según su entendimiento y preparación le correspondía. Y se formaron grupos, asociaciones y proclamaciones artísticas, literarias y concursales. Nacieron conjuntos formados por muchachos serios y apasionados dedicados al verso clásico, recordando a Garcilaso («Si Garcilaso volviera / yo sería su escudero / que buen caballero era») se repetía de continuo como se proclamaba en cualquier momento de su vivir y penar, la apelación a la virgencita o al Cristo de los Gitanos. Y se formaba un núcleo social de poetas, escritores históricos, periodistas y filósofos que no se lo saltaba el más ágil de la gitanería andante. Y los poetas siguieron padeciendo hambre de pan y de justicia, lo mismo que los maestros de escuela. Y el hambre se extendía, pero sin derribar la torre de Babel del arte, de la Ciencia y de la soberbia de los compositores de baladas.

Y en mi condición de informador leal de los acontecimientos que acontecen en la rúa me adelanto a descubrir y denunciar que en esas que lamentábamos en los tiempos de Emilio Carreras estamos y como resulta del hambre general que nos invade, proliferan los grupos de artistas y de intelectuales y se nos van los vientos del entendimiento detrás de las figuras históricas más brumosas. Amparando los creadores de estas formulaciones intelectuales que son consecuencia de la necesidad del ser humano de disponer de un medio de debatir la realidad, siempre tan complejo y tan alejada de la realidad mostrenca.

En esta tierra de Mario Arnold, y de otros poetas se manifiesta con mayor pasión el deseo de establecer centros para el debate. Porque según dicen con el hambre se apagan los estímulos coloquiales y nos quedamos con las ideas y los actos (políticos, culturales y religiosos) que nos dan hechos.

Y no es que no seamos capaces de debatir sobre lo divino y lo humano incluso sino que -”¡ay de nosotros!-” no tenemos motivos para el debate, dado que para mantener una opinión, lo imprescindible es tener opinión...

Quillermo II sostenía: «Un arte que no obedece mis leyes y límites no es un arte»... ¿Para qué el debate si se ignora todo?

Se acabó el posible debate.

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