La opinión del lector
Desilusión y presentismo Al calor de los desengaños, las utopías se han disuelto como azúcar en el agua y los jóvenes que en mayo del 68 se rebelaban contra un craso realismo pidiendo lo imposible, hoy parecen preferir dejarse de idealismos para gestionar lo real. Tal como dice Javier Elzo, los jóvenes de hoy no quieren otra revolución que la de todos los días, la que les haga sentirse mejor en su piel, más cómodos, más asentados, más felices. Son presentistas. Una vez agonizadas las esperanzas de cambio y de transformación, y achatadas las perspectivas de futuro, es lógico pensar que cunda el pasotismo y que la gente busque refugio en el presente. Un mercado laboral precario e incierto, un trabajo inestable y móvil, generan en la mayoría de los jóvenes una notable inseguridad y un más que probable miedo al futuro. Obligados en buena medida a refugiarse en el hogar paterno y a demorar el matrimonio, parecen darse las condiciones adecuadas para, a falta de un futuro medianamente prometedor, acomodarse en la confortable butaca del presente con sus promesas generalmente bien cumplidas de bienestar, que se encargan de estimular publicidad, moda, consumo y medios de comunicación, con sus preocupantes consecuencias desmovilizadoras. Tal y como ha dicho Federico Mayor Zaragoza, nos estamos convirtiendo en espectadores de casi todo y en actores de casi nada. Somos cada vez más receptores pasivos, cada vez menos protagonistas activos. El marxista heterodoxo Ernst Bloch halló en el lenguaje bíblico el pulso vital hacia un futuro de esperanza. He aquí una de las funciones decisivas del cristianismo en nuestro presente: Ser conciencia profética, movilizar las conciencias y anticipar escenarios futuros más humanos. Anatolio Calle Juárez (Navatejera).