Diario de León

EL AULLIDO | LUIS ARTIGUE

Jazz en la cafetería del auditorio

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LUIS ARTIGUE
León

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RECIÉN LLEGADO de Ámsterdam y Bruselas donde he gozado como un devoto más escuchando en algunos clubs jazz trepidante, audaz y pecaminoso, voy y me encuentro aquí con un extraordinario concierto de la formación leonesa Swing Combo . El jazz que nos intensifica los sentidos. La semilla primigenia que, en lo que se refiere al jazz leonés, empezaron poniendo Alfredo Rodríguez, Ildefonso Rodríguez y Cova Villegas continúa dando sus frutos. Estos chicos de extravagante talento -”alumnos brillantes de Kike Cardiaco en la Escuela Municipal de Música-” dominan el directo y por eso desde el inicio sitúan como protagonistas de su sonido a las dos guitarras siamesas-¦ Libertades acompasadas-¦ En cuanto empiezan los solos de guitarra en la cafetería del auditorio el techo quiere ser cielo. A la vez el contrabajo pasa por todo como de puntillas, sabia humildad rítmica que recuerda a Charles Mingus, siempre al lado de ese baterista con sonidos parecidos a los de un ama de llaves que se cae por la escalera, y la voz femenina políglota -”amplia en registros, modulaciones y posibilidades-” que no cesa de combinar apasionada dedicación con sobreactuación.

Así se van sucediendo temas de Django Reinhardt, el gitano belga que tocaba la guitarra con la libertad expresiva que sólo puede tener quien vive en un carromato, a los que siguen canciones que son versiones con arreglos de swing de Los Chunguitos, de copla española e incluso algunos otros que parecen la banda sonora del parisino Moulin Rouge. Entonces ya el público vuela sin paracaídas. Pero aún queda mucho más. Cuando la música se introduce en el cuerpo de la cantante ella, Isadora Duncan reencarnada o sirena sensual fuera del agua, nos regala hermosas esculturas femeninas-¦ Oh, la música, esa tensión desbordada-¦ La música, ese deseo incumplible. Poco a poco los Swing Combo nos hacen ir y venir y soñar y recordar mediante un repertorio ecléctico, sincrético, el cual está firmemente asentado en la tradición del jazz de los años veinte, treinta y cuarenta, tras el que hay sin duda mucho trabajo.

De alguna manera todos los temas instrumentales de este grupo son el mismo repetido y llega un momento en que los guitarristas, sin duda rozados por los dioses de la música, parecen confundir virtuosismo con rapidez -”¡primero el alma y luego la técnica, por favor!-” pero entonces viene en ayuda del conjunto el contrabajista, con sus dotes de showman, para aportar personalidad a la puesta en escena... La cantante vuelve a llenar la sala de destellos-¦ Sin duda el espíritu audaz del Swing Combo merece todo encomio.

De pronto termina el concierto y uno tiene que decidir qué hacer con el resto de su vida-¦ En efecto ante el escenario ya vacío uno se queda echando de menos la intensidad y pensando que ahora el personal municipal tendrá que dedicarse a apagar la hoguera. Pero al menos el alma permanece llena de swing. Oh, el swing, esa luz de frivolidad que ilumina el mundo para hacerlo soportable, sí. Entonces encuentro en esos hallazgos sonoros el mensaje de que la alegría es un frenazo del tiempo y de la muerte. En efecto el swing es la sonora certificación de que la alegría puede ser revolucionaria, escurridiza y profundamente lírica, que como la sonrisa de un cadáver la música desatada nos habla del absurdo sentido de la vida, que la alegría hermana y humaniza-¦ Que los temas bailables, en definitiva, nos sintonizan el cuerpo con el alma.

De todas formas sé que no sirven de mucho las explicaciones pues el jazz de este grupo joven y majestuoso, como la poesía oscura, no quiere hacerse entender sino sólo dejarnos claro que, muy por encima de lo que logremos aprender, está lo que logremos sentir.

El jazz es negro y blanco como la barba de un brujo. El jazz es eso: algo que no puedas entender, ni olvidar.

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