EN EL FILO | CARLOS CARNICERO
Nacionalismos y regulación
EN UN PRIMER momento, tras descubrirse las dimensiones aproximadas de la crisis financiera y económica"¿alguien las conoce ya con precisión?-", se aseguró que el capitalismo había muerto víctima de sus propios abusos, y al no haber sido capaz de controlarse. Recuérdese que uno de los eslóganes con los que fue convocada la cumbre de los 20-22 fue precisamente ese: qué puede sustituir al capitalismo. Luego, a todos los expertos ha parecido que era excesivo propósito, desmesurado, y que convenía, sobre todo, reducir riesgos para que los abusos no se pudieran reproducir, dado lo costoso, en bienes del Estado, que resultaba el correctivo a aplicar para regresar a los viejos cauces. Pues bien, ahora, y como resultado de las deliberaciones que acaban de producirse en el Foro Internacional de Davos se insiste en la necesidad de regresar a una regulación estricta en los mercados mundiales. La comunidad financiera ha «perjurado» del fundamentalismo del libre mercado, cuyos excesos estamos pagando y pagaremos largo tiempo todos los ciudadanos del mundo con un retroceso importante en nuestras cuentas y en nuestro bienestar. Y concluyen, asimismo, los expertos, que el pesimismo de al crisis hace que el Estado sea la única institución que inspira confianza, después de muchos años en los que se insistió en la necesidad apremiante de reducir o adelgazar el Estado hasta prácticamente hacerlo invisible.
Hoy nadie se sorprende de que el Estado entre en el capital de grandes bancos y determine una presencia que hace apenas un par de años hubiera sido recriminada y hasta imposibilitada... De igual modo, estamos viendo una tentación paralela: la del regreso a nacionalismos y proteccionismos de mercados nacionales. Tres ejemplos de los últimos días: el presidente Obama ha puesto como condición para las infraestructuras que anuncia que se deberán realizar con hierro y acero made in USA. En nuestro país, hemos visto la invitación del ministro Sebastián para «consumir productos nacionales para evitar el despido de 120.000 trabajadores».
Y en Gran Bretaña, o en Italia, se comprueba a diario la resistencia popular a que sean admitidos trabajadores extranjeros que puedan quitar el trabajo a los nacionales. Gordon Brown ha tenido que recordar que la economía sigue siendo global, y en nuestros propios países se recuerda a menudo que muchos de los trabajos que realizan los inmigrantes -"limpieza, recogida de cosechas, cuidado de tercera edad o personas dependientes-" son de los que desprecian los nacionales...