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CRÉMER CONTRA CRÉMER | VICTORIANO CRÉMER

Vocaciones municipales

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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A DOÑA HUMILDAD Rodríguez se le subió el agua a la cabeza y reclamó acudir al seguro para regularizar el suministro.

A don Paco, alcaldísimo a medio cuerpo de la conflictiva alcaldía de la capital del Viejo Reino, no le debió de gustar el gesto de la doña Humildad y sin andarse con rodeos decretó su cese en el cargo que dirigía, quizá, quien sabe, porque tampoco el señor alcalde en la mitad que le tocaba como autoridad suprema de la casa tenía facultades para más, produciendo con su decisión, un estado como de emergencia política.

Los encargados, más o menos, de analizar los hechos enmudecieron, como hacían de costumbre y se callaron como muertos.

Y se produjo lógicamente el acto funcionarial de amparar el relevo, dado que un Ayuntamiento podrá disponer de dos alcaldes, pero resulta indispensable que cuando menos haya uno, más o menos dotado y con verdadera capacidad para entender, sin excederse en el cometido que le sea atribuido...

En vista de lo dramático de la situación que se produjo, con la separación del cargo de doña Humildad, se reunía con cuando menos los dos alcaldes disponibles y decidieron acudir a la lista y escoger de entre las tituladas como aspirantes a miembra del Ayuntamiento aquella que diera la medida y que se caracterizara por su disciplina y su obediencia debida. La operación no dejaba de tener sus dificultades pero, un ayuntamiento que se precie no puede detenerse ante una pega legal o ante un rechazo funcional.

Y la doña Humildad se quedó en la calle, como suele suceder en situaciones de crisis. Y se dio el espectáculo de que un Ayuntamiento legal como el ocupante de la casa de la Poridad apareciera a los ojos del pueblo, con escaños vacíos.

Un escaño o un estrado vacío en una corporación generosa como la ocupante de la Casa de la Moneda de Ordoño II y después de muy activo estudios, los que mandan tomaron el acuerdo de aprobar la separación de doña Humildad y la ocupación del puesto que todos o casi todos y todas tienen allí al señor o señora que le siguiera en la lista a doña Humildad, a la no menos señora y candidata, doña Catalina Díez, nacida en Galicia y en la relación siguiente a la de la desafortunada Humildad.

Apenas le fue comunicado el nombramiento por el correspondiente correo digital tomó posesión del cargo y puesta ya en situación confesó, con la mano puesta sobre el pecho, que nada le hubiera parecido ni más legal ni más conveniente... para la ciudad de León a la que tanto amaba, que este nombramiento, dado que ella, incluso cuando de niña triscaba por los campos y libros de Rosalía de Castro ya soñaba con ser concejala.

Pero ser concejala de un lugar de prestigio, no concejala pedánea, sino concejala de hecho, de derecho y con seguro.

La confesión posterior de doña Catalina resultó conmovedora, por lo que tenía de vocacional. Ante la Prensa y la Radio, declaró: «La decisión era mía y yo siempre he tenido muy claro que quería ser concejala». Pues ya lo es usía. De salud sirva.

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