NUBES Y CLAROS | MARÍA J. MUÑIZ
Corazones helados
ANDAMOS tan enfrascados buscando el nuevo modelo económico, aquel que nos permita cometer los mismos excesos que el anterior, pero sin sus riesgos y consecuencias, que con frecuencia se nos olvida que el tal modelo se desarrolla sobre una sociedad que avanza a pasos agigantados en algunos de sus derechos y pisotea desde la ignorancia y el abandono muchos otros. Cómo si no se explican escándalos como los del salvajismo de muchos de los centros que acogen a menores en todo el país, o la reiterada y creciente cantinela de los cuidadores y residencias que saquean las cuentas de ancianos indefensos.
Son escándalos menores en su repercusión mediática que los que afectan a los inversores, pero mucho más dolorosos en la dignidad y los valores de un país que presume de ser avanzadilla en derechos tradicionalmente polémicos; pero a la vista está que abandona aquellos que no deberían ser nunca objeto de polémica alguna.
Son dos ejemplos, el de los menores vejados, drogados y golpeados con «collejas educativas» y el de los ancianos asaltados (y muchas veces no menos vejados y drogados), que han saltado estos días a la opinión pública, pero que a buen seguro dormirán pronto el sueño de los injustos. Pero son dos golpes en la línea de flotación de la decencia de un país que se dice desarrollado, que presume de estar entre los grandes (cola de león), que sacude de sus sandalias el polvo de un pasado que quiere dejar atrás a toda prisa. Tanto que encierra y olvida en cuartos oscuros aquello que más debería avergonzarle.
No es este un problema de gobiernos. Es el desdén de una sociedad que ha hecho del tonto el último un himno que le da licencia para pisotear a los más débiles con la excusa del ojos que no ven. Y así nos va: corazones que no sienten.