Matar la afición

LOS DOS grandes partidos españoles, que sólo lo son por el número de socios y simpatizantes, están perdiendo votos. La ilusión está hecha de una materia que se desgasta notablemente con el uso y hay muchas personas de buena fe y de buena esperanza, que sin haber estado lo que se dice encantadas, sufren el desencanto. No hay que preguntarse qué está pasando, sino qué ha dejado de pasar. Tanto entre socialistas como entre populares parece que ha cundido el descontento. Quizá hayan cubierto el cupo de embustes asimilable. Un hombre tan sensato como Joaquín Almunia cree que ha llegado la hora de «un nuevo pacto social», pero va a ser difícil encontrar colaboradores virginales en el pacto, antes del pacto y después del pacto. Por su parte, un hombre tan fisiológicamente optimista como el presidente Zapatero pide más esfuerzo a la Banca, como si ignorara que ha quedado exhausta reponiéndose y ya no puede correr más que con sus gastos.

Todos le están pidiendo algo a ese ente abstracto que llamamos pueblo, que el diccionario define como «gente común y humilde de una población», pero ¿qué puede dar el pueblo que sea enteramente suyo? Nuestro refranero dice: «¡buen pueblo de pesca, si tuviera río!». Ahora le están matando incluso la afición a votar, largamente prohibida. El entusiasmo ha decrecido, pero como nos habíamos acostumbrado a opinar sobre las cosas que sí nos importan, el voto tiene toda la pinta de hacerse nómada. Parece que unos dos millones de españoles no están dispuestos a votar a los suyos hasta saber si siguen siendo de los nuestros. Mientras, se le seguirán pidiendo cosas a los que no tienen nada y quizá la lucha electoral deje de ser un mano a mano entre los dos partidos mayoritarios. La verdad es que ambas manos las tenemos en los bolsillos vacíos