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AL TRASLUZ | EDUARDO AGUIRRE

«¡Me aburro!»

León

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ES LA FRASE más característica de Homer Simpson, a quien le produce somnolencia todo pensamiento que exija más de tres segundos de concentración y utilizar palabras de más de cinco letras. «¡Me aburro!», empieza a clamar la sociedad española. Lo nuestro no es tanto por ceporrez neuronal, aunque no estemos viviendo precisamente un Siglo de Oro, como por hartazgo, que es el recibidor del aburrimiento. «¡Me aburro!», proclamamos ante una política que ya parece reducida a los problemas de los propios políticos. «¡Me aburro!», decimos al escuchar a tanto listillo disertar sobre saberes que no tienen, en soporífera sesión continúa, ahora en la radio, ahora en la tele. «¡Me aburro!», nos notificamos a nosotros mismos, con acuse de recibo. Pero aburrirse más allá de un rato es un dispendio en estos tiempos de crisis. El aburrimiento amodorra el espíritu crítico, noquea la imaginación y entumece la creatividad, es arma de destrucción masiva. «¡Aburrámosles!», ordenan quienes desean reinar con poder absoluto sobre mentes domesticadas. Sin embargo, vivimos días propicios para regresar a lo esencial, a lo que nunca aburre; pero cuesta, pues últimamente se diría que todos los inspiradores del bostezo -”locales, nacionales y mundiales-”, se han puesto de acuerdo para torturarnos al unísono, sin la menor concesión a la piedad. «¡Me aburro!», sollozamos al ver a la mayoría de las cadenas de televisión entregadas a la falsa intensidad, al obsceno regodeo en lo morboso. «¡Me aburro!», solloza el dinero, desde el salón en el ángulo oscuro, que diría el poeta. «¡Me aburro, que alguien se desnude!», propone Homer en un episodio. Y uno no pide tanto como el personaje amarillo, salvo que se me dejara elegir quién hace el striptease.

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