Diario de León

TRIBUNA | fernando garcía martínez

La crisis y el principio de Pareto

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VIVIMOS en unos tiempos convulsos donde los acontecimientos, manipulados o no, que se nos presentan acabamos por aceptarlos y los convertimos en algo normal, mal que nos pese. Estamos inmersos en una profunda crisis económica pero también en una crisis de valores. Pienso que todo va unido.

La crisis económica se reduciría considerablemente aminorando ese 80% del principio de Pareto, la ley del 80/20. Creo que los poderes intentan ofrecer aparentemente soluciones, llamémoslas exteriores, con el ánimo de resolver el problema, pero no quieren interferir en esas esferas privilegiadas del 20% que acaparan cada vez más riqueza, el 80% en términos generales, y desde donde sí se podría si no solucionar sí achicar el problema. Hay evidentemente sueldos cada vez más millonarios para unos pocos agraciados, mientras la pobreza de los pobres aumenta también cada vez más tirando hacia abajo. Hay personas que ostentan varios puestos de trabajo, cuando para otros ni siquiera hay un mísero empleo que solucione las necesidades más básicas. Hay dietas, sobresueldos, incentivos para ese 20% que de por sí ya no lo necesita, mientras que para ese 80% del resto de los mortales el paro es lo único que tiene. El ser humano es tremendo. Se habla de igualdad y de democracia, cosas muy bonitas, pero estas dos palabras sólo son bonitas para algunos. En vez de ir avanzando en derechos humanos, cada vez hay más diferencias. Ya no la conciencia individual sino también la colectiva están desapareciendo. Si lográramos ir cambiando la ley de Pareto, esta crisis y las que puedan venir apenas si se notarían o se llevarían mucho mejor. Muchos de los problemas desaparecerían para siempre. Y esto a nivel global. ¿Que los ricos son cada vez más ricos y los pobres más pobres? ¿Que las naciones de Occidente exprimen a las subdesarrolladas sin ningún escrúpulo? ¿Que se tiran los excedentes al vertedero, al mar, a la hoguera, en vez de repartirlos con los necesitados? ¿Que la gente se muere de hambre y de enfermedades por falta de medicamentos? ¿Que se retienen avances por intereses creados? ¿Que hay necesidades de todo tipo? ¡Qué más da! Nos importa un bledo todo mientras a los que estamos instalados cómodamente en la vida, no nos quiten nuestras prebendas y las prerrogativas de las que disfrutamos. Esto en cuanto a lo económico.

Pero ocurre lo mismo en otro orden de cosas. Si analizamos la televisión, internet, etc. veremos que, hoy en día, casi todo está permitido. Hay programas televisivos donde se exhibe un erotismo puro y pornográfico. Se vende violencia, consumismo, se airean vidas deplorables y disolutas sin ningún interés cultural. Se pagan cantidades vergonzantes por contar memeces o pasados bochornosos y lamentables, mientras otros se mueren en la indigencia más absoluta. La intolerancia hacia las creencias religiosas es cada vez más manifiesta en aras de una libertad mal entendida, porque la libertad es para todos. Es una incongruencia renegar de Dios, apostatar de valores inmutables, traicionar la vida familiar, ofrecer basura, y después querer que todo funcione bien. ¿Y qué hay del respeto hacia los demás si no hay conciencia del mal ni del bien? Tristemente, los ejemplos abundan. Pero como se dice muchas veces, tenemos lo que nos merecemos. Y tenemos lo que nos merecemos porque, por nuestra parte, preferimos callar, no disentir, adueñarnos de lo aparentemente fácil, aunque las consecuencias después sean fatales, dejarnos arrastrar por las ideas interesadas y caprichosas de unos pocos «pensantes», a reflexionar por nosotros mismos y a no aceptar lo que nos quieren vender. La vida de uno, grano importante de la sociedad, vale mucho más. No vemos, tristemente, que la crisis económica es, en gran medida, una consecuencia lógica de la crisis de valores. Tendríamos que intentar invertir también aquí, si no mal vamos, la ley de Pareto.

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