BURRO AMENAZADO | PANCHO PURROY
La manjúa
ESTE AÑO toca. Cada veinte temporadas, en un lugar del Atlántico Norte, entre el cantil de Flemish Cap, cerca de Terranova, y la bahía de Baffin, próxima al caladero de San Pedro de la Sal, ocurre el fenómeno de la manjúa. Miles de bacalaos gigantescos, salvados de las redes de arrastre por sus querencias vecinas a pecios hundidos y barreras de rocas, realizan un raro viaje de desove formados en columna que se asemeja a la mitológica serpiente marina, el krankel de los vikingos.
Los beothuks, indígenas del Labrador exterminados por los franceses, dibujaban un animal marino inmenso y comestible, conocido como tatuk. Hace dos siglos, una goleta cargada de sal, de nombre Saint Paul, chocó contra este cardumen enorme y se hundió, dando nombre a la zona de Salt Bank, allí donde se encuentran los icebergs del Ártico y la corriente cálida del Golfo, en un fondo terroso repleto de algas, medusas, camarones y capelines, los peces depredados por el bacalao, a temperatura cercana a cero grados.
La migración de la gran freza congrega a bacalaos de puntos distantes, desde las islas Loffoten, del Mar de Barents, a los nacidos cerca del cabo groenlandés de Farewell. No hay animal carnicero, ni cachalote, ni orca, ni beluga que se acerque a la manjúa, muchedumbre piscícola que acobarda a sus enemigos.
De este acontecimiento algunos pesqueros han logrado lotería: gordo de capturas y beneficios o tragedia. Cuando se pescaba a sedal, con las goletas portuguesas que soltaban lanchas -doris- con su marinero, remos y anzuelos, los viejos relatos asustan. El velero Río Douro, de Oporto, contempló como la manjúa de bacallaus hundía a cuatro de sus doris y, en uno, donde pescaba Santiago Souto, lo encontraron enloquecido abrazado a un bacalao más grande que un hombre, izado en tironeo bestial. Patrones vascos, ingleses y bretones buscan el lugar incógnito de aparición misteriosa, de la manjúa, la junta bacaladera que cambia el color marino de gris oscuro a azul turquesa.