LA ASPILLERA | VICENTE PUEYO
Bienvenido el revulsivo
ES FALSO que el nacionalismo no tiene ideología: lo suyo es el espíritu de perpetuidad. Seguro que los que han/hemos conocido el largo, inagotable, tiempo del «ísimo» lo entienden perfectamente. Los resultados electorales en el País Vasco han desnudado más, si cabe, la realidad sociológica de un partido como el PNV que, a lo largo de 30 años, ha ido tejiendo una tupida red de intereses y clientelismos que abarca a un sector muy notable de la sociedad vasca.
Por encima de los conceptos de «derecha», «centro», o «izquierda», la ideología dominante entre los acólitos de ese nacionalismo profundamente conservador e insolidario es el interés de que nada cambie: virgencita de Begoña, que me quede como estoy. Y a los del Ebro para abajo que les den tila. Pues mire usted, los del Ebro para abajo estamos hasta el gorro, hasta la chapela y hasta la boina de contemplar el espectáculo de quienes se niegan a perder sus prebendas y que de nuevo se haya recurrido al arma conocida del chantaje aderezado con unas insoportables dosis de iresponsabilidad. ¿Cómo, si no, pueden interpretarse las palabras del presidente del PNV, Iñigo Urkullu, cuando asegura que un acuerdo PNV-PSOE para desbancarles del poder equivaldría a un «golpe institucional fruto de un acuerdo de Estado entre ambas formaciones»?. Volvemos ¿o no? a aquello de «unos mueven el árbol, y otros recogen las nueces». ¿O acaso en el País Vasco se disfruta, hoy por hoy, de una encomiable normalidad democrática que permita decir tales cosas sin que acto seguido se encienda alguna mecha?.
Un cambio como el que se avecina en el País Vasco, con un gobierno no anclado a los corsés identitarios, debe ser un revulsivo importante y un aviso a navegantes en tanto que hará explícita la cruda realidad social y política de esa tierra que merece mejor presente y mejor futuro: al menos la mitad de la sociedad vasca se aleja de las veleidades independentistas. Y es a esa mitad de «desafectos al régimen» a la que mira la sociedad española en su conjunto y en la que confía para que entre un poco de aire fresco en esa sociedad cerrada y acostumbrada a recrearse en su ombligo.
«Advertencias» como la de Urkullu cobran también una especial gravedad y trascendencia en estos momentos de aguda crisis económica en la que los ciudadanos lo que necesitan es constatar que los políticos, -y toda esa tribu de bien instalados que se reparten a miles por los innumerables ejecutivos, parlamentos y administraciones de este país de países-, son capaces de aunar voluntades y de adoptar medidas sensatas para ir atajando el drama del desempleo.
A no ser que se considere que la prioridad en estos momentos es continuar amagado en la trinchera de las peleas domésticas y perseverar en la estéril, y ya cabreante por absurda, «extranjerización» interna del país. Algo que ya se sabe lo que esconde: el mantenimiento a ultranza de unos privilegios que chirrían en cuanto se pasan por la ceranda de la justicia distributiva y de la solidaridad territorial que, a estas alturas de la película autonómica, da la sensación de que ya nadie sabe muy bien lo que es.