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EN EL FILO | TERESA DÍAZ BADA (*) | 1397124194

El aniversario de aquel horrible día

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León

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CUANDO llega el aniversario del atentado que mató o hirió a un familiar, como ocurre hoy con la masacre del 11-M, es frecuente que todas las víctimas del terrorismo experimenten, desde el punto de vista psicológico, una alteración, en mayor o menor medida, de su estado de ánimo. La recuperación psicológica que la víctima ha ido experimentando desde el momento del atentado va a depender de muchos factores, personales pero también sociales. La historia previa de cada persona, la adaptación paulatina de ésta, en la medida en que pueda, a su vida antes del atentado, y la recuperación de sus rutinas o del empleo, así como el apoyo social percibido y realmente recibido, son algunos de los factores que intervienen en que dicha recuperación se ponga en marcha y en que la víctima empiece a recorrer ese camino que supone un (re)hacerse de nuevo a la vida.

Cuando hablo de recuperación me refiero al necesario ajuste biopsicosocial que se debe experimentar. Es decir, a que tu vida no quede paralizada en el día del atentado, ni tu vida ni tu mente, siendo necesario para ello poner en marcha aquellos mecanismos psicológicos que hoy se conocen con el nombre de resiliencia; o, dicho de otra manera, la capacidad de algunos seres humanos de recuperarse de episodios padecidos especialmente traumáticos. Es éste un largo y árido camino, en el que lo fundamental es recuperar la confianza en el ser humano. Esta desconfianza, esta desesperanza que se convierte en desesperación, te conduce irremediablemente a un túnel profundo del que solamente se sale con grandes esfuerzos personales y con muchos apoyos. Algunas personas, lamentablemente, no lo consiguen y su mente se queda petrificada en aquel horrible día, convirtiendo el resto de su vida en un mero ejercicio de supervivencia.

La sinrazón de la barbarie terrorista provoca inimaginables preguntas sin respuesta: «¿Por qué a mí?», «¿Cómo es posible que alguien me haga daño?» e, incluso, una de las más horribles: «¿Seré merecedor de este castigo?». Y así hasta, en ocasiones, caer en una espiral en la que la propia víctima puede llegar a entender a sus verdugos e incluso justificarlos. El sentimiento de indefensión después de un atentado es tal que se pierde la perspectiva de que la vida valga para algo o de que podamos hacer algo para controlarla. Por si fuera poco, durante muchos años las administraciones han dejado de lado a las víctimas, produciéndose, especialmente en el País Vasco, casos especialmente flagrantes de victimizaciones secundarias realizadas por parte de las instituciones, que, en realidad, en vez de proteger a las víctimas se han dedicado con su inacción, omisión y a veces connivencia a justificar, comprender, entender o disculpar a los verdugos. Ahora, es verdad, se celebran con frecuencia aniversarios y homenajes, pero se sabe muy poco de las personas a las que se homenajea. Hablan las autoridades, pero se escucha poco a la víctima que necesita contar quién era su hijo, su hermano, su marido o el herido que quedó trágicamente mutilado. Se olvida que todas las víctimas tienen nombres y apellidos. No se puede generalizar y, por ello, son especialmente necesarios los reconocimientos y recuerdos personalizados, lo mismo que la atención a las demandas de estas personas. Por eso es muy importante que quienes atienden a las víctimas del terrorismo sean personas preparadas y formadas para este tipo de situaciones. No vale cualquiera.

Y es preciso recordar. Recordar en los aniversarios lo que cada víctima recuerda todos los días, en todo momento. A Alberto Negro, a Luis Mari Uriarte, a Txema Aguirre, a Florencio Brasero, a Susana Ballesteros, a Sonia Cano, a Miguel Reyes, a Tinka Dimitrova... Recordar que, a pesar del miedo, muchas posibles víctimas siguen manteniéndose firmes sin dejarse intimidar. Y recordar que aquellos que se han convertido en héroes a la fuerza, eran personas de a pie, gente corriente, hombres, mujeres y niños que un día cogieron un tren, subieron a su coche, se pusieron su uniforme, cogieron su almuerzo para ir a la fábrica y fueron vilmente arrebatados de nuestras vidas para siempre, pero nunca de nuestros corazones.

*Teresa Díaz Bada. Psicóloga Clínica. Hija de Carlos Díaz Arcocha, Teniente Coronel de Infantería y Superintendente de la Ertzaintza, asesinado por ETA el 7 de marzo de 1985.

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