La ruindad

HAY COSAS francamente inexplicables, que nos hacen temer que en el fondo somos incapaces de aprender nada de todo aquello que nos sucede. Mezquino, miserable y ruin. Creo que no caben medias tintas en los calificativos. Fue vergonzoso que ayer, cinco años después de los atentados del 11-M, quienes se ufanan de dirigir los destinos de este país fueran incapaces de compartir un acto común de recuerdo y homenaje a las víctimas. Incluso, en el colmo de la falta de decoro, hubo quien aprovechó el micrófono que le preguntaba sobre su ausencia en alguno de esos homenajes para arrimar el ascua a su sardina del oportunismo político con el escandalillo de turno.

Escandalillos, porque nada de lo que ocurre por los despachos patrios, por grave que sea, puede mezclarse con el triste aniversario de una desgracia como la que vivimos hace tan poco tiempo. Cada homenaje por una esquina, un poema por aquí, unos claveles por allá, una corona por acullá. Y cada político protagonizando su pobre foto.

Cómo es posible que el país no se uniera en un gran acto común de recuerdo, de comunión. El rechazo a aquello que representan aquellas decenas de muertos absurdos, los cientos de víctimas, se tornó, por lo que a muchos nos atañe, en rechazo a la falta de sensibilidad, el egoísmo y la falta de visión de la clase política. Porque a ellos correspondía el haber hecho causa común, aunque sólo fuera por esta vez; porque esta desgracia no es patrimonio de nadie, sino dolor de todos.

Puede que la política sea el corralillo vocinglero al que estamos acostumbrados a diario. Pero debe guardar siempre algo de grandeza. Al menos, la de las buenas causas. Y qué mejor causa para dejar de lado diferencias de diario que aquella que nos sacudió para siempre un 11-M. Pero no hay manera. No hubo grandeza. Lástima.