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Publicado por
ISAÍAS LAFUENTE
León

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«LA MENTE es un atributo del individuo. No existe una cosa tal como un cerebro colectivo». Durante estos días he pensado mucho en estas palabras, pronunciadas por Howard Roark en el alegato final de El manantia l. En esta novela, Ayn Rand realiza una defensa brillante del individualismo, de lo que un hombre solo es capaz de hacer cuando el proceso de la razón está dirigido por la voluntad y la libertad. Y me he acordado de Roark debido a la hazaña conseguida por otro creador, Jesús García Recio. Porque, en cierto modo, el Museo Bíblico Oriental se ha materializado gracias a él y a pesar de todos. Durante años, este sacerdote sabio «mendigó» de puerta en puerta, cargando con la herencia de miles de años, con piezas inmortales que demuestran que el paraíso existió, que el Tigris y el Eufrates no son sólo un lugar en el mapa, que los hombres de hace cuarenta siglos ya pensaban y sentían como nosotros... y durante años, este tesoro sólo obtuvo como respuesta el silencio de la ignorancia, la torpeza de la soberbia. Al final, la determinación de otro emprendedor consiguió que el legado que Van Dijk puso en sus manos obtuviera un lugar en el que reposar. Y, sin embargo, en las imágenes del pasado miércoles la figura del cura de Aleje desaparece, demostrando una vez más que no hay sustitutos para la dignidad personal. Y es que la mediocridad siempre busca la recompensa de la primera plana, mientras que el sabio, consciente de su propia fugacidad, intuye que el orgullo es sólo una muestra de dependencia. Hasta Hammurabi desapareció bajo el polvo. La grandeza de Jesús García Recio no está en su conocimiento de civilizaciones milenarias, sino en que siente que, como entonces, nuestra dignidad sigue estando en la piedra que cada día levantamos.

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