Diario de León

FRONTERIZOS | MIGUEL A. VARELA

Barroco

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MIGUEL A. VARELA
León

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HA SIDO llegar este sol que anuncia primaveras y la Ciudad del Puente, tan medieval ella, se nos ha puesto barroca. Dicen que anda por las terrazas madrugadoras un violinista que paga las consumiciones interpretando una sonata de Arcangelo Corelli y que los caminantes que se atreven a pasar por la Calle Once Mil Vírgenes son asaltados por un coro de bellezas romanas que seducen a los probos funcionarios con sus trinos de miel y sus redes vocales. Me aseguran que Javier Krahe, el maestro del recitativo gamberro, tan barroco, salió el otro día de un venerable tugurio donde apagan su sed los ángeles de la noche y se perdió por los callejones de gatos y besos con una japonesa que toca el oboe construido a finales del XVIII por un luthier inglés que murió en la batalla de Cacabelos a manos de un marido celoso de la parte de Quilós.

No sé si creerlo, pero hay quien sostiene que ha visto a Jesús Ruiz dibujando figurines para darle color a la austeridad proletaria del barquillero de bronce y a Ricardo Sánchez tomando notas de la fachada del castillo para un Macbeth que tal vez se monte en Sidney con una rubia a su lado que está a punto de dejar de fumar y, con lo que se va a ahorrar, montará un musical de Tim Burton en el que trabajará una hechicera de Columbrianos que cultiva unos calabacines que son un primor. Lo que sí les puedo jurar que es cierto es que circula por los bares de lo antiguo una peligrosa pareja formada por un argentino, primo lejano de Jacques Tati, y un niño prodigio que escribe cartas en pijama (también barrocas) a las covachuelas ministeriales mientras canta canciones de Atahualpa Yupanqui. Probablemente ellos sean los máximos responsables de esta fiebre barroca que le ha dado a la ciudad un encanto efímero, tibio como estos mediodías últimos del invierno, alejado de las desapacibles horas de la ruindad cotidiana.

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